Resonancias de una época perdida
Cuando supe de la llegada de Beat al Movistar Arena, no pude evitar acordarme de aquel mítico concierto de King Crimson de octubre del 2019. Mucho ruido ha corrido debajo del escenario, desde entonces. Y me refiero al escenario mundial. De pronto, creo que King Crimson, con su potencia sónica y su propuesta musical, abrió una realidad alternativa y Chile nunca volvió a ser el mismo. Más de cinco años han transcurrido y, pese a todos los cambios vertiginosos, los encierros, los fracasos y las incontables divisiones que hemos vivido, en términos humanos, la música sigue ahí, constante y sonante, uniendo lo que se creía desarticulado para siempre: el tejido social vibrando al ritmo de la excelencia y el virtuosismo. El supergrupo Beat, compuesto por el gran vocalista Adrian Belew, por el maestro del “stick”, Tony Levin, el batero de Tool, Danny Carey y el legendario guitarrista Steve Vai, se propuso hacer historia en nuestras latitudes con lo mejor de la época ochentera de King Crimson, en un revival tan nostálgico como vibrante, y lo lograron con creces. Un puro ritmo fractal remeció las conciencias de los allí presentes, en una ceremonia progresiva que invitaba a los melómanos a hacerse parte del rito, con una escucha activa y con una sensibilidad entrenada, a prueba de simplismos y de fórmulas que matan la imaginación.
Compré Platea Alta con tal de tener una vista panorámica del señero espectáculo. Para mi sorpresa, era el mismo sector en el que estuve para el concierto del Rey Carmesí. En esa ocasión, lo llamé “la corte del Rey”. Un deja vu que me transportó a un periodo de mi vida que guardaré con llave en la memoria, un periodo pre pandemia y pre estallido, una antesala a la nueva década que fue rematada con gloria, de la mano de los maestros del progresivo, y luego fue desatada con caos, dadas las circunstancias de aquellos tiempos. Pero esta vez, el giro fue distinto. El nuevo sonido evocó lo mejor de ese entonces, el misticismo y la compenetración mental con la música, sin el descalabro sociopolítico de los días siguientes. Parecía que, en este concierto, se hubiera puesto play a una grabación atesorada en alguna carpeta o baúl en un entretecho, libre de los avatares históricos. Solo el rock progresivo, con su libertad y sofisticación, sometido únicamente al imperio del ritmo, el ritmo imponente de la disciplina sonora.
Primera parte del show
Para calentar motores, entró de telonero el eximio bajista Jorge Campos, quien fuera miembro de grandes emblemas chilenos como Congreso y Fulano. Su presentación fue a oscuras, casi en su totalidad, y su música creaba una atmósfera envolvente que servía de entrada perfecta para lo que se vendría después. El hecho de que estuviera solo tocando, de cara a un público del todo respetuoso y comprometido, dotó a la interpretación de Campos de un carácter muy íntimo y orgánico. Se creaba el mantra necesario para un show progresivo “de otro planeta”, o quizá, sencillamente, de otro mundo, dentro de este mismo, parafraseando la enigmática frase de Paul Éluard. Una vez que Campos se despidió, las luces volvieron a encenderse y se dejó ver, nítida, majestuosa, la figura del elefante sobre el escenario, el elefante que hace alusión directa a Elephant Talk, tema que arranca el Discipline de King Crimson, y que arremete, con un poderoso estruendo animal, en la era ochentera de los pioneros del prog rock.
El elefante se levantaba frente al púlpito del Movistar Arena, reclamando soberanía. Y así lo hizo, en el momento que el supergrupo subió al escenario. La ovación fue unánime. Una sola voz panegírica rodeaba todo el recinto. Entonces, partió el show con el tema Neurótica, de Beat. En una parte de la canción, dice: “El hedor y el ruido, sí, sí/El repertorio resonante de aulladores no está tan mal”. Una punzante crítica social con ese estilo tan irónico de Belew, logró un sonido abrasivo de la mano de la técnica percusión de Danny Carey, el pronunciado bajo vanguardista de Levin y las virtuosas y veloces cuerdas de Steve Vai. Se sintió la marca Crimson, por el profesionalismo de los músicos, aunque claro, la ejecución de Vai tenía un sello muy distintivo. La guitarra sonaba muy diferente a la de Fripp, sin dejar de ser fiel a la estructura de los riffs y los pasajes instrumentales. Eso le dio un plus impensado a la banda. Luego, siguieron con Neal, Jack and me, en clara referencia a dos grandes escritores de la generación Beat norteamericana: Neal Cassady y Jack Kerouac. Belew habría leído “En el camino” al momento de componer las canciones. Fripp le había sugerido usar esa inspiración como base lírica para los temas del álbum. Se trataría no tanto de un álbum conceptual como de un álbum con una idea fuerza: la generación beat, que, al mismo tiempo, remite a la idea de ritmo, misma idea que luego usarían para esta nueva encarnación. En el set siguieron Heartbeat y Sartori in Tangier, ambos cortes del mismo álbum. El sencillo sonó, literalmente, como un ritmo del corazón, aplacando las emociones con una cadencia melodiosa. Por su parte, Sartori in Tangier hacía referencia al libro homónimo de la esposa de Cassady. La vibra ochentera se hacía sentir, con directas alusiones a aquella generación de los cincuenta, un pasado histórico en donde el imaginario cobraba la forma de la rebeldía, expresada en el estilo de vida y en la literatura. El tiempo, durante el concierto, reverberó en un salón de ecos, desde diversos espacios.
Con el tema Model Man fue el turno del álbum Three of a perfect pair, el último de la trilogía ochentera. Aquí se lució la interpretación vocal de Belew, con unos tonos muy bien definidos que dotaron al tema de una sensibilidad exquisita. Una parte de la letra reza: “noto el silencio, advierto las señales, siento la tensión, la tensión en mi cabeza”. El personaje lírico la cantaba de tal manera que parecía una interpelación al público o un dialogo con su propia conciencia atormentada. Siguió Dig me, que forma parte del lado b del álbum, un lado b enteramente consagrado a la disonancia controlada y a la experimentación, como suele ser en gran parte del repertorio del Rey Carmesí. Al rato, tocaron un tema más accesible: Man with an open heart, con una voz muy parecida a David Byrne (Belew tocó con él en Talking Heads) y un estribillo que resuena mucho y que me recuerda a ciertos tópicos que la propia banda maneja, la repetición de canciones alusivas a un hombre con determinadas características, y la referencia constante al corazón dentro de su propia trilogía, ya sea en forma de corazón abierto o bajo un ritmo cardiaco. Industry y Larks Tongues in aspic parte 3 dieron el cierre experimental macizo para la primera parte del espectáculo. Los que realmente conocen a King Crimson sabrán apreciar estas joyitas infravaloradas dentro de su repertorio más clásico, sobre todo la continuación de ese extraño tema instrumental llamado “lenguas de alondra en gelatina”, cuya estructura y representación resulta del todo enrevesada para quien no está acostumbrado al sonido Crimson, pero que será enteramente vacilable para el fanático del progresivo que entiende de secciones complejas, historias conceptuales, ideas abstractas o simplemente, imágenes poéticas surgidas desde la locura.
Segunda parte del show
El tema que abrió la segunda patita fue Waiting Man, también del álbum Beat. Corte preciso con una letra muy ad hoc. Hasta en esos detalles fueron geniales. Después de un breve lapso de tiempo para recargar energías, y luego de aquella presentación de hace años con la banda completa, el grupo regresaba reformado: I come back, come back/You see my return/My returning face is smiling/Smile of a waiting man. Un tema que fue pura vibra, una mezcla de anhelo por un pasado glorioso y proyección de una posibilidad futura. El ritmo es puro anhelo y proyección, siempre. Continuaron con uno de los temas más entrañables de su producción ochentera: The sheltering sky, “El cielo protector”, pieza instrumental de su álbum Discipline, que evoca una melodía oscilante entre la ensoñación, la adversidad y la visión, basada en la novela homónima de Paul Bowles. Al momento de sonar Sleepless, un hit ochentero de la banda, el público reaccionó de inmediato. Un tema que sacudió el sueño, literalmente, con ese bajo stick, cortesía de Levin, sonando cañón. Insomnio progresivo, para una noche que estaba lejos de acabar y que terminaría resonando en nuestro interior estupefacto.
El arranque definitivo del disco Discipline, el que inaugura la trilogía ochentera, vino con Frame by frame, que se traduce como "Cuadro por cuadro". En su letra, también decía: paso a paso. Y así fue como se sintió la vibra de la canción. En esta parte, Steve Vai brilló con luces propias, dándole un toque personal al prolongado riff de Robert Fripp en las partes instrumentales. Algo sumamente complejo que la maestría de Vai pudo ejecutar con talento y eficacia. Después tocaron Matte Kudasai que en japonés significa “por favor, espera”. Ciertamente, un corte más armonioso y reposado, dinámica que caracteriza la estética de Crimson, siempre oscilante entre la calma y la tempestad, entre la luz y la oscuridad. La mente maestra sabía conducirla con disciplina. Esa era la idea fuerza de Robert Fripp, expresada con justicia por el supergrupo. En este punto, no podía faltar Elephant talk, aquel “barrito” de elefante que abre el disco Disciplina. Honestamente creo que es una de las canciones más memorables, con mucha personalidad. El fraseo de Belew repitiendo, a cada rato, talk, talk, y refiriéndose a argumentos, comentarios, diálogos, discusiones, debates, expresiones, exageraciones, nos “habla”, de la dificultad para comunicarse. El lenguaje deviene cacofonía, saturación. En ese momento, de hecho, la gente conectaba con la música, sin comprender mucho la letra. Una situación tan intensa como paradójica.
Enseguida, continuaron con Three of a perfect pair, el tema que inaugura el disco homónimo. Acá el concepto versa sobre tres términos de un par perfecto, es decir, un tercer factor que se suma a otros dos. Podría interpretarse como otra mirada, otra verdad que se suma a otras dos en oposición. King Crimson siempre buscó desafiar los límites, con juegos de palabras y metáforas que obligan al oyente a ir un poco más allá del sentido literal y a desplegar, una vez más, una escucha activa. En ese punto del concierto, en todo caso, la gente se notaba absorta, muy compenetrada con la muralla musical creada por el supergrupo, tanto así que podían perfectamente seguir tocando, más allá de las limitaciones de horario y de lugar. El broche de oro para cerrar el show, fue, sin duda, Indiscipline, del álbum Discipline. Nuevamente, el Rey Carmesí jugando con los opuestos. Un tema, en apariencia, desordenado, pero que estaba tocado con una precisión milimétrica. Destacó la voz de Belew como en un monólogo frente al espejo, con ciertos exabruptos que dotaron de intensidad al conjunto. Steve Vai sobresalió, igualmente, interpretando la guitarra abrasiva de Fripp, siempre bajo su toque virtuoso. El bajo de Levin sonó potente, en sintonía con el guitarrista y con la percusión de Danny Carey que, gracias a su paso por Tool, pudo hacerle frente a los complejos cambios de ritmo del Rey Carmesí, su maestro espiritual.
El bis y el cierre
Todos pensamos que con Indiscipline terminaría el show. Pero no. Estábamos equivocados. Los músicos bajaron sus instrumentos y salieron del escenario, solo para devolverse unos minutos después y continuar con el esperado bis. En el fondo, todos lo intuimos. Solo esperábamos la confirmación. Fue así que Beat regresó a la arena para desplegar, otra vez, su artillería rítmica y riffera. Por eso mismo, tocaron el poderoso Red, de aquel legendario álbum homónimo de 1974, para muchos, el mejor álbum de King Crimson, en su etapa más cruda y directa. Fue el único tema que no pertenecía a la época ochentera. En cuanto sonó ese potente riff, las luces sobre los músicos se volvieron rojas como la sangre. Sobre el público cayó otra penumbra enrojecida y el gran elefante que presidía la ceremonia se volvió tan rojo que parecía furioso. Y esa era la idea: representar una furia incontenible. Aquellas cuerdas afiladas me empujaron de vuelta a aquel concierto de King Crimson de octubre del 2019. Volvieron a mí los recuerdos del estallido que ocurriría solo una semana después. Explosiones, gritos, arrojos, sucedieron mientras la barricada sonora continuaba su faena. Violencia sublimada en estado puro, catarsis de emociones negativas, transmutadas en una evocación sin tregua. Para terminar, Beat tocó Thela Hun Ginjeet, anagrama de Heat In The Jungle, “Calor en la jungla”, otro clásico del disco Discipline, con un coro muy pegadizo, un ritmo hipnótico y unas cuerdas frenéticas. Ciertamente, durante el clímax del concierto, el Movistar Arena había subido su temperatura y se había convertido en una verdadera jungla, no por su caos, sino que por su conexión primitiva con un ritual, un auténtico ritual de desintegración que luego devino en una epifanía, una manifestación, un acontecimiento.
Tras el show de King Crimson, recuerdo que el regreso fue bastante difícil. Había una aglomeración de melómanos que, dada su urgencia, parecían intuir lo que vendría una semana más tarde, una fecha que nos marcó para siempre. Fue muy distinto en el caso de Beat. Estaba igual esa sensación de haber vivido algo épico, aunque no estaba aquel desorden ni desenfreno de antaño. El show terminó tarde, casi cerca de las doce. Alcancé a tomar fotos, cosa que con el tío Robert no se habría podido. Sé que las palabras que pueda haber escrito por acá siempre serán insuficientes para reproducir todo lo vivido en esa bendita arena. Quizá solo reste el silencio, después de haber escuchado a los monstruos de Beat, pero, como dijo el propio Robert Fripp, sabiamente: “algunos encuentran el silencio insoportable, porque tienen demasiado ruido dentro de sí mismos”.