sábado, 4 de mayo de 2024

“La mirada subterránea y el Chile sombrío de la transición”. Reseña de “Hay algo allá afuera” (1990) de Pepe Maldonado.


“Cada día despiertas

Con el sol en sueños

Ni ves, no percibes lo que ha de suceder”

Hay algo allá afuera, La Ley.

El cine tiene sus caminos misteriosos. La primera vez que vi “Hay algo allá afuera” (1990) de Pepe Maldonado, fue en el cine Insomnia, el año 2010. Por aquel entonces, se radicaban en el Teatro Mauri de Valparaíso. La función fue en una sala amplia, heladísima y con sillas improvisadas. Todo muy “under”. Era la tónica de los “insomnes” porteños, ese era el espíritu cinéfilo: ver películas de cine b y cintas de culto en lugares alternativos de la ciudad, de forma itinerante, a la sombra de las grandes producciones. Había toda una mística en lo precario y un verdadero club en torno a la cultura cinematográfica contracorriente. “Hay algo allá afuera” se estrenó, aquella vez, en el contexto de la Semana Fantástica. Fue, de hecho, el propio Pepe Maldonado, en calidad de invitado estrella, para acudir al visionado de su gran obra, digamos, su “obra cumbre”, su “rara avis”.

Se trataba de un estreno único en Valparaíso, considerando que la obra nunca fue estrenada por esos lares y permaneció en el olvido durante más de veinte años. Me impactó de tal manera que nunca más conseguí volver a verla. No estaba en ninguna otra parte. Mi obsesión con la película duró años. Buscaba videos en youtube y solamente encontré trailers y un making off. A lo mucho, extractos. Algo en la película invadió mi sensibilidad cinépata. Puede que el contexto en que la vi, la noche que encubría la función, esa reminiscencia lynchiana para una película chilena creada en el período de la transición a la democracia. Todo ese conjunto se volvió un imaginario que no paró de perseguirme, hasta mucho tiempo después.

La cosa es que por fin di con esta película completa, que en su tiempo fue pionera del género "Thriller psicológico" en el cine chileno. La encontré en youtube publicada en el canal Viva VHS. En su descripción se señala que el canal está dedicado “al rescate de aquellas ediciones de películas en VHS, para recordar aquellos videoclubs de barrios y sellos de distribución nacional olvidados por la obsolescencia.” Un verdadero trabajo de arqueología cinéfila hizo posible el milagro, y la película se resiste a su desaparición.

Pepe Maldonado contaba, en un programa de youtube, que en el período en que se estrenó la película en Viña del Mar, año 1992, había mucha falta de financiamiento. Había un ambiente cinéfilo, aunque todo lo relacionado a la cultura del cine estaba repleto de incertidumbre. La cuestión era muy simple: Chile carecía de una industria nacional pujante, y todo se hacía más o menos a pulso y con apoyo de productoras particulares. La idea era que se vendiera en VHS a las cadenas de televisión locales, porque esa era la manera de visibilizar las cintas. Fue así que “Hay algo allá afuera” logró ser vendida a TVN para su promoción a todas las pantallas del país.

Algo hacía distinta a la película “Hay algo allá afuera”: su capacidad para crear una realidad alterna, sin referencia explícita al contexto político de la Dictadura, como era la usanza en la propuesta de los creadores de aquellos años. La propuesta de Maldonado iba por otra vereda: un cine que toma elementos del thriller, el drama, el suspenso, incluso con toques oníricos, “a lo Lynch”, y también una cosa “polanskiana”, en clave criolla.

El argumento es más o menos el siguiente: un hombre llamado Bruno (Luis Gnecco), sueña con una mujer y luego encuentra la foto de ella en su apartamento. Se da cuenta que hay manchas de sangre por todos lados, lo que lo deja perplejo y lo obsesiona al punto de ir en busca de la mujer misteriosa. En otra parte, un taxista llamado Daniel (Francisco Reyes), recorre de noche las calles de Santiago. De pronto, se sube al taxi una joven de nombre Teresa (Luz Croxatto) y le pide que la lleve hasta un motel en las afueras de la ciudad. Lo que pasa de ahí en adelante teje la trama de relaciones entre estos tres personajes. Sus vidas se irán entrelazando a tal punto que ya no será posible distinguir entre realidad y sueño.

Algo que capturó poderosamente mi atención fue la lectura bíblica que hacía Daniel, el taxista, quien recuerda, de vez en cuando, con su existencialismo trasnochado y su soledad crónica, a un Travis criollo en los suburbios al fin del mundo. Daniel leía pasajes del apocalipsis, y esos pasajes representaban, de manera simbólica, ciertos momentos de su relación con Teresa y la de Bruno con ella. Se leen, en específico, los pasajes del Apocalipsis 12, 17 y 20. Hace referencia al “misterio de la mujer y la bestia que la trae”. Luego, se habla de “una mujer vestida del Sol con la luna debajo de los pies”. Si se lee bien de acuerdo al texto bíblico, Apocalipsis 17 hace alusión a “La Gran Ramera” que era asociada a Babilonia, el pueblo de la perdición; y Apocalipsis 12 hace referencia a la “Virgen María”, que tenía su correspondencia con la Iglesia o con el Pueblo de Dios.

Según esta lectura, entonces Teresa podría encarnar a ambas mujeres: la fatal y la virginal, en un juego de dualidades. Lo bueno que en la película se evoca la dualidad sin esa lógica binaria entre el bien y el mal. Antes bien, la trama se desenvuelve, en todo momento, en un reflejo constante de claroscuros. No se sabe si Daniel puede ser el equivalente a Juan en el Libro del Apocalipsis o si se trata del “Ángel enviado por Dios” para acabar con el “Dragón”. Tampoco se sabe si Bruno era parte de Teresa, o Teresa era parte de Bruno, dos en uno. Eso queda a la interpretación del espectador insomne. Hay una cosa muy lynchiana que recuerda al tema del “doppelganger”, ese doble oscuro u oculto que redunda en una búsqueda interior o espiritual, por supuesto, siempre bajo el halo del sueño y del misterio.

Todo ocurre en un ambiente muy oscuro y en una atmósfera onírica. Hay también, en la película, mucha soledad. Santiago rezuma abismo: largos salones, discos semi vacías, escaleras largas en casonas antiguas, calles cerradas y despobladas. Jorge Olguín se refirió a la película como su “principal referente” y, en un programa junto a Pepe Maldonado, hizo referencia a la representación de un Santiago sórdido, siempre nocturno, con elementos de terror. La sensación de que en cada esquina puede aparecer alguien con malas intenciones o acechar algo desconocido. Sería, para Olguín, como el Santiago actual: esa decadencia, esa conexión visual con lo oscuro, con lo sombrío, desprende un “olor” a toque de queda. Ciertamente, sus percepciones coinciden con el escenario reciente. Los negocios cierran temprano, lo que deja el campo libre para la percepción de inseguridad. De cierta forma, el Santiago de “Hay algo allá afuera” nos retrotrae inmediatamente al Santiago de los noventa, y tiene una resonancia increíble con el presente. Una ciudad con personalidad propia, aunque una personalidad amenazante, una sombra de la propia ciudad en su versión más enigmática.

“Hay algo allá afuera” no obtuvo la crítica ni la recepción esperaba, pero eso mismo la convirtió, con el tiempo, en una indiscutible cinta de culto, como aquellas que solo se pueden ver en un clásico recinto municipal gracias a la gestión de unos apasionados “cinépatas”. Existe una obsesión con lo retro, con lo análogo, con la imagen porosa, que me liga de manera visceral a esta clase de cine, quizá la sombra de un pasado irrealizable, un romanticismo de una época que nunca se vivió. Una imposible nostalgia, un alucinante desfase en el tiempo y, sin embargo, una resonancia tan viva de un país soñado, uno traumado por su historia y preñado de un futuro “en la medida de lo posible”. Ese algo que está afuera a la intemperie puede ser cualquiera o bien puede ser el propio Chile con sus tremendismos y escenarios apocalípticos. Es el propio espectador el que seguirá dentro, sumergido en aquella mirada.

No quedan originales de “Hay algo allá afuera”. Según Maldonado, su antiguo productor tiene los negativos. En la práctica, se los apropió, y es amo y señor de la cinta. Maldonado no puede tener el original de su propia creación. Lo único que existe es una copia muy deteriorada, un positivo de 35 mm, que podemos ver en línea. Para el director, la última posibilidad de restaurar la cinta sería recuperar los negativos y digitalizarlos. Solo así podría “morir feliz y en paz”. Definitivamente, ni las películas de Orson Welles estaban tan perdidas como nuestra película de culto. Tenemos, de momento, una reliquia escondida tras bambalinas de la pantalla grande, y una creación cinematográfica perdida en el tiempo que es capaz de desafiar nuestra propia historia y nuestro propio imaginario. Véala, con confianza, si es que se atreve a salir de sí mismo, de su propia vida rutinaria y no tiene miedo de encontrarse con “algo allá afuera”.

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