lunes, 6 de septiembre de 2021

Caso Vade: la política de la mentira y la verdad del cáncer.

El problema con el caso Vade no es que haya dicho algo falso (que tenía cáncer para ocultar que, en realidad, tenía VIH). Sucede que, en este caso, Vade armó toda una pose basada en un montaje muy bien representado sobre su presunta condición de paciente con cáncer. Y lo hizo con tanta genialidad y poder de convencimiento que creó videos al respecto, dio entrevistas, participó en campañas, movilizó votantes, influyó en personas y usó recursos públicos para luego ser elegido Convencional por la Lista del Pueblo (al menos, se le reconoce su gran poder de actuación teatral).

Según San Agustín (que viene a cuento), la mentira se identifica con el hablar contrariamente a lo que se piensa: “dirá mentira quien, teniendo una cosa en la mente, expresa otra distinta con palabras u otro signo cualquiera”. Vade mintió conforme al hecho de que él sabía que tenía VIH, pero prefirió ocultar esta verdad con el velo de su narrativa cancerígena. Su vergüenza a reconocer públicamente aquella condición lo empujó a adoptar esta mentira del cáncer como bandera política. “El pecado del mentiroso”, decía San Agustín, “está en su deseo intencionado de engañar, bien sea que nos engañe porque le creemos, cuando dice una cosa falsa, o bien no nos engañe porque no le creemos, o porque resulta ser verdad lo que nos dice, pensando que no lo es, con intención de engañarnos”.

Podría decirse, como dicen muchos, que su causa, a pesar de mentirosa, haya sido hecha con buena intención, en nombre de los verdaderos pacientes de cáncer, bajo el contexto de las luchas sociales impulsadas desde el estallido. Sin embargo, el caso es que llevó su mentira demasiado lejos, al punto de engañar a una población entera, jugando, de ese modo, con sus ilusiones de representatividad para sacar, finalmente, réditos políticos. A fin de justificar el medio, acabó por contaminar la propia causa, por muy buena que fuese esta. Su sinceramiento a posteriori únicamente logró salvaguardar el impasse, tras ser descubierto por un reportaje de La Tercera en el cual se esclareció su inexistencia de registro en el sistema de salud.

No hay que justificar lo injustificable. Aquí se enarboló la idea de una nueva política, pero se está cayendo en la misma lógica de la vieja: entrar al sistema estatal a como dé lugar con la pretensión de un “fin superior”, a costa de la buena fe y del bolsillo de los contribuyentes, cada uno de los ciudadanos sinceros que nuevamente se compraron una imagen edulcorada con el marketing de la lucha social y el bien público, creyendo, con esa compra, ser representados, esta vez sí, como decía la propia franja de la lista: “sin mentiras”. Comparto plenamente las palabras de Oscar Contardo: “tener como referencia ética la dictadura, Pinochet o los robos cometidos por los adversarios políticos es poner la vara en el sótano. Para lo único que sirve es para degradar el valor de la verdad y de la responsabilidad. “Mentimos, pero no tanto como ellos”, no es excusa”.

Por eso resulta, por lo bajo, increíble, que justo días antes de la revelación de esta farsa, el niño youtuber chileno, Tomás Blanch, más conocido como Tomiii 11, famoso a nivel internacional por su lucha contra el cáncer cerebral, haya fallecido como un auténtico mártir; él, un pequeño paciente, libre de dobles intenciones, logrando el reconocimiento del propio Youtube y de muchos usuarios de la plataforma, al desbloquear los botones que sobrepasan el millón de suscriptores, solo gracias a su inocencia, su carisma y la honestidad de su padecimiento. El puro contraste de este hito admirable con la mentira revelada, abre la necesidad de un debate serio en torno a una mayor sensibilización de la verdad del cáncer, para ser tratado con el rigor, la sobriedad y la transparencia que se merece y, por sobre todo, lejos de manipulaciones populistas y de catéteres colgando cual disfraz revolucionario.

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