sábado, 14 de junio de 2025

Sorber el olvido

Ejercicio narrativo de Escritura Creativa

Esa noche, compró un café distinto al que solían tomar a la hora de once. “-Traje Eco ¿quieres una taza?”, preguntó. “No, prefiero el café en grano, hijo. El otro no tiene la suficiente cafeína como para hacer soportable la vida”, respondió su madre, desde la terraza, mientras terminaba de colgar la ropa recién lavada, después de la lluvia. “Hacer soportable la vida” no había reparado en ese dicho. Lo conmovió profundamente, sobre todo de boca de su querida madre. De todas formas, se tomó solo su taza de Eco y salió al rato a dar una vuelta.

Recordó aquellos tiempos de Universidad en Valparaíso. Con unos compadres de la U, siempre iban a comprar café donde una tía que se ponía en Avenida Uruguay. La tía les vendía el café cargado a cien. Pensó en el Agente Cooper de Twin Peaks, sirviéndose uno "negro como la medianoche en una noche sin luna". Después de haber recorrido la avenida, repleta de vendedores y desechos del mercado, recordó haberse despedido de los compadres, cuando se dirigieron al cerro del único ascensor, en algún lugar clandestino, a buscar “algo para la mente”. Él nunca le hizo “a esas manos”. En eso se distinguía de estos quiltros. Nunca fue de volarse. Quería tomarse la vida como viniera, aunque fuera al seco. Por eso, siguió andando, café en mano, rumbo a la Plaza Victoria. Se lo tomó rápido, a sorbo caliente, procurando que la brisa del puerto no lo enfriara.

Llegó a la Plaza Victoria. El vaho del café oscuro se perdió y, en su lugar, una bruma comenzó a invadir el sector, una bruma que se confundía, a su vez, con el gas de las lacrimógenas a su alrededor. Botó el vaso vacío en un basurero roto de por ahí y corrió hacia un costado de la plaza, para evitar el aire denso. No alcanzó a distinguir a nadie conocido, en medio de la multitud que arrancaba de la fuerza pública. Apenas pudo ver nada, sus ojos comenzaron a picar. Solo atinó a seguir corriendo, de manera intuitiva, en dirección a la Plaza de los sueños. Fue allí a resguardarse del caos. Avanzó y avanzó, mientras se oía el griterío y las imprecaciones de la gente contra la fuerza pública, imbuido de una energía inusual. Quiso pensar que el café de la tía le había dado un impulso extra. Lo había vuelto a la vida, él, que se sentía morir por dentro.

Llegó a la plaza, como resucitado. Allí lo esperaba una antigua novia. -Tengo que contarte algo-, le dijo. -¿Qué cosa?-, preguntó él. –Será mejor que te lo diga en un café-, respondió, con misterio. Algo le ocultaba o algo había olvidado que ella intentaba recordarle. Era algo serio, de lo contrario, no lo habría citado. Fueron a un café de por allí cerca. Atardecía. Una aparente calma en el plan de la ciudad. Sin embargo, un frío espantoso. Entraron al Café Subterráneo. Se sentaron en la planta baja. Pidieron un americano doble. —Le he contado todo a tu madre—le dijo su novia, bastante indignada. Él frunció el ceño. —No entiendo ¿Qué le contaste?-, preguntó, nervioso. –No te hagas el leso, lo sabes perfectamente-, dijo ella, cortante. Él se levantó de su silla con un gesto brusco. Las palabras resonaron en el café como un eco discordante. Solo había un par de clientes más que ya estaban por irse. Ella se puso de pie. Su figura tembló bajo la presión. Luego de beberse lo último, él la acompañó a la salida.

La bruma volvió sobre el plan. Ella caminó rápido rumbo al paradero. Él la siguió, pero no quería nada. –No te lo volveré a repetir-, dijo ella, acelerada. –Tu madre lo sabe todo-, agregó, cada vez más agitada. ¿Qué era eso tan grave que ella y su madre sabían y él no? No comprendió qué era lo que trataba de decirle, hasta que la perdió de vista, definitivamente. A su mente regresaron escenas inconexas que apenas logró reproducir. Un estallido, una muerte, una mudanza fugaz. Volvió a conmoverse, de manera profunda. Necesitaba beber otro poco de aquel brebaje amargo, pero a esa hora no había nada abierto. Cerraron todos los negocios, sin explicación. Comenzó a llover, de manera estrepitosa. Frustrado por no entender nada, se dio la vuelta, rumiando aquellas tristes palabras. Luego, quiso regresar a la Plaza de los sueños, a pocos metros de su antiguo hogar, donde ya no había nadie.

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