Fragmento en el que se refiere a su polémica con los fanáticos religiosos y a su propia concepción sobre la divinidad:
"Los peores, con todo, eran los cristianos fanáticos. Mientras el caso de «Suicide Solution» estuvo en los tribunales me seguían a todas partes. Se manifestaban ante mis conciertos con pancartas en las que podía leerse: «El Anticristo está aquí». Y siempre con el mismo cántico: «¡Deja a Satán detrás! ¡Pon a Cristo frente a ti!». Una vez me hice una pancarta propia con una carita sonriente y el mensaje «que pases un buen día» y me uní a ellos. Ni se dieron cuenta. Y luego, cuando el concierto estaba a punto de empezar, dejé el cartel, les dije «hasta luego» y me fui al camerino.
El momento más memorable con los fanáticos sucedió en Tyler (Texas). Entonces recibía amenazas de muerte casi a diario, de modo que contraté a un experto en seguridad, un veterano de Vietnam llamado Chuck que me acompañaba a todas partes. Chuck era tan bestia que nunca entraba a los restaurantes chinos. «Como vea a alguien con pinta de amarillo, me lo cargo», explicaba. Tuvo que renunciar a acompañarme en la gira por Japón porque no habría sido capaz de aguantar la tensión. Siempre que nos alojábamos en un hotel se pasaba las noches arrastrándose por los matojos del jardín o haciendo flexiones en el pasillo. Un tío muy pasado de rosca.
A lo que iba: en Tyler dimos un concierto, salimos por la ciudad y a eso de las siete de la mañana volvimos al hotel. Había concertado una cita con un médico en el vestíbulo a mediodía (tenía problemas con la garganta), de modo que me fui a la cama, sobé unas cuantas horas y cuando Chuck llamó a la puerta fuimos a encontrarnos con el matasanos. Pero no compareció, así que le dije a la chica de recepción: «Si viene alguien con bata blanca dile que estoy en la cafetería».
Lo que yo no sabía es que un evangelista local había lanzado una campaña televisiva contra mí en los días previos a mi concierto. Por lo visto, le había contado a la gente que yo era el demonio, que estaba corrompiendo a la juventud del país y que iba a llevarlos a todos al infierno. Total, que la mitad del pueblo iba a por mí, y yo no tenía ni idea.
Me senté en la cafetería con Chuck a mi lado mascullando y dando respingos. Pasaron treinta minutos. El médico no aparecía. Otros treinta minutos. Ni rastro del médico. Por fin, un tipo se acercó y me preguntó:
—¿Es usted Ozzy Osbourne?
—Sí.
—¡PON A SATÁN DETRÁS! ¡PON A CRISTO FRENTE A TI! ¡PON A SATÁN
DETRÁS! ¡PON A CRISTO FRENTE A TI!
Era el predicador de la tele. Y resultó que el café estaba lleno de discípulos, de modo que en cuanto empezó con la puta cantinela fanática un montón de gente se le unió hasta que me vi rodeado por cuarenta o cincuenta histéricos, todos congestionados y escupiendo la misma letanía.
Ahí se le cruzaron los cables a Chuck. La situación debió de reavivar algún recuerdo de Vietnam porque se volvió loco. Psicosis terminal. En diez segundos, el tío tumbó a unos quince devotos. Por todas partes volaban dientes, biblias y gafas.
No me quedé a ver en qué terminaba aquello. Le di un codazo en los huevos al predicador y salí pitando. Lo más curioso es que en realidad la Biblia me interesa bastante, y he intentado leerla varias veces. Pero sólo llego hasta el pasaje donde se cuenta que Moisés llegó a los 720 años, y entonces me preguntó: ¿qué estaría fumando aquella gente? Lo que quiero decir es que no creo en un ser llamado Dios vestido de blanco y sentado en una nube, como tampoco creo en un tío llamado Diablo armado con un tridente y un par de cuernos. Sí creo que hay día y hay noche, que hay bien y hay mal, que hay blanco y hay negro. Si hay un dios, es la naturaleza. Si hay un demonio, es la naturaleza. Me pasa lo mismo cuando la gente me pregunta si canciones como «Hand of Doom» y «War Pigs» son antibelicistas. Creo que la guerra es parte de la naturaleza humana. Y la naturaleza humana me fascina, especialmente la vertiente más oscura. Siempre ha sido así. Eso no significa que sea un adorador del diablo, del mismo modo que mi interés por Hitler no significa que sea un nazi. A ver, si fuera nazi, ¿cómo iba a casarme con una mujer medio judía?
A todos aquellos fanáticos debería haberles bastado con escuchar mis discos para que todo fuese obvio. Pero sólo me querían utilizar para ganar publicidad. Y supongo que a mí no me importaba demasiado, porque cada vez que me atacaban mi jeta salía en los telediarios y vendía otros cien mil discos. En realidad, debería haberles enviado felicitaciones navideñas.
Pero al final, hasta el sistema legal estadounidense se puso de mi parte.
La demanda por «Suicide Solution» fue presentada en enero de 1986 y desestimada en agosto de ese mismo año. Durante el juicio, Howard Weitzman le dijo al juez que si querían prohibir «Suicide Solution» y hacerme responsable del suicidio de un pobre chaval, tendrían que prohibir a Shakespeare porque Romeo y Julieta aborda igualmente el suicidio. También dijo que la libertad de expresión en Estados Unidos incluye las letras de canciones. El juez estuvo de acuerdo, pero sus conclusiones no fueron precisamente halagadoras.
Dijo que pese a ser yo «totalmente repugnante y reprobable, la basura también está protegida por la Primera Enmienda». Los McCollum sólo tenían razón en algo: sí había un mensaje subliminal en «Suicide Solution», pero no era «saca el arma, saca el arma, dispara-dispara-dispara». Lo que decía era «saca el parrús, saca el parrús, puja-puja-puja». Era un chiste guarro que teníamos por entonces. Si una chica se desnudaba decíamos que «sacaba a pasear el parrús». Y «pujar» era una manera de decir «empujar», esto es, follar. O sea, que lo que estaba diciendo era «desnuda a una chica y échale un polvo», que es muy diferente de decir «vuélate la tapa de los sesos».
Pero los medios de comunicación siguieron mucho tiempo obsesionados con aquello. A nosotros nos vino muy bien como publicidad. La situación llegó a tal punto que si ponías una pegatina de advertencia en el disco por el contenido explícito de las letras, vendías el doble de copias. De manera que había que poner las pegatinas o no entrabas en las listas de ventas.
Con el tiempo empecé a meter mensajes subliminales en todas las canciones que pude. En No Rest for the Wicked, por ejemplo, si se escucha «Bloodbath in Paradise» al revés, puede oírse que digo claramente «your mother sells whelks in Hull» [tu madre vende almejas en Hull]."I am Ozzy (confieso que he bebido) Memorias de Ozzy Osbourne, con la colaboración de Chris Ayres
Fragmento en el que se refiere a la fama de Black Sabbath como "iniciadores del heavy metal":
"Entre bolo y bolo empezamos a concretar algunas ideas para las canciones. Tony fue el primero en sugerir que hiciésemos algo que sonase maligno. Cerca del centro comunitario de Six Ways en el que ensayábamos había un cine, el Orient, y siempre que echaban una peli de miedo la cola daba la vuelta a la esquina.
—¿No es raro que la gente esté dispuesta a pagar para asustarse? —recuerdo que dijo Tony un día—. Quizá deberíamos dejar de tocar blues y escribir canciones que den miedo. A Bill y a mí nos pareció genial, de modo que nos pusimos a escribir una letra que acabó siendo la canción «Black Sabbath».
Básicamente trata de un tío que ve a una figura vestida de negro venida para llevarle al lago de fuego. Entonces, a Tony se le ocurrió un riff escalofriante. Yo ululé la letra por encima y el resultado fue alucinante, lo mejor que habíamos hecho hasta entonces de lejos. Más tarde he sabido que el riff de Tony está basado en lo que suele llamarse «tritono» o «intervalo del diablo». Al parecer, las iglesias prohibieron su uso durante la Edad Media porque acojonaba a la gente. El organista tocaba las notas y la gente salía corriendo porque pensaba que el demonio iba a aparecer por detrás del altar.
El título de la canción se le ocurrió a Geezer. Lo sacó de una película de Boris Karloff de hacía ya bastantes años. No creo que Geezer hubiese visto nunca la película, si os digo la verdad. Yo, desde luego, no la había visto; pasaron años hasta que me enteré de que había una película con ese título. Tiene gracia, en realidad, porque pese al cambio de orientación seguíamos siendo una banda de blues de doce compases bastante canónica. Si escuchabas con atención podías oír las influencias jazzísticas en nuestro sonido, como el swing que le ponía Bill a la introducción de uno de nuestros primeros temas, «Wicked World». Lo que pasaba era que lo tocábamos a ochocientas veces el volumen de una banda de jazz.
Hoy la gente dice que inventamos el heavy metal con la canción «Black Sabbath». Pero el término «heavy metal» siempre me ha dado un poco por culo. A mí musicalmente no me dice nada, especialmente ahora que hay heavy setentero, heavy ochentero, heavy de los noventa y heavy del nuevo milenio; son todos diferentes, aunque la gente se empeña en tratarlos como si fueran lo mismo. En realidad, la primera vez que oí las palabras heavy y metal juntas fue en la letra de «Born to be Wild». Después de aquello, la prensa decidió usarlas. Nosotros nos considerábamos una banda de blues que había decidido componer canciones de miedo. Pero más adelante, cuando ya habíamos dejado de hacer ese tipo de música, la gente seguía diciendo: «Ah, son una banda de heavy metal, seguro que sólo cantan sobre Satanás y el fin del mundo». Y así es como acabé odiando la expresión.
No recuerdo dónde tocamos «Black Sabbath» por primera vez, pero desde luego recuerdo la reacción del público: todas las chicas salieron espantadas de la sala.
—Oídme, en una banda se está para follar, no para que las tías salgan corriendo, ¿no? —me quejé luego a los otros.
—Ya se acostumbrarán —me dijo Geezer."