sábado, 31 de mayo de 2025

Arthur Rimbaud, citado por Ricardo Piglia, sobre el cuento: "la visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido, no en una lejana tierra incógnita, sino en el corazón mismo de lo inmediato".
El blog cumple más de dieciocho años. El único espacio en el que he trabajado de manera ininterrumpida y obsesiva todo este tiempo, y el único libre de censura, cancelación y lobbismo de todo tipo. Solo el estilo forjando su propio carácter. 
Creo en la escritura sin filtros, porque creo fervientemente que lo más íntimo de uno mismo, la verdad dentro de uno mismo, no admite ediciones ni concesiones. Como dijo Antonin Artaud: "ahí donde otros exponen su obra, yo expongo mi espíritu".

viernes, 30 de mayo de 2025

Hay un sacrificio en levantarse temprano un día sábado y pegarse un pique tan lejos, pero tengo un propósito. Busco que todas esas incontables horas de lectura y desvelo, de constante y machacante ejercicio de la palabra, puedan encausarse, en un proyecto tangible, un proyecto que postergué durante años, producto de malas decisiones, situaciones peligrosas y vaivenes existenciales. Al carajo el lastre del pasado. En todo caso, que sirva de combustible para arrancar a toda pala. La respuesta siempre ha estado ahí, frente a la página en blanco, y no la había podido ver, hasta ahora. Que empiece el juego, otra vez.

jueves, 29 de mayo de 2025

Frente a la escritura chatgpteana, yo reivindico la escritura a pulso, que prueba la caligrafía, la ortografía, la habilidad psicomotora, la capacidad de redacción y la compenetración física y emocional con el texto y con el propio acto de escribir.

Mario Cesar Ingénito me dijo: "hasta que mil no te eliminen no estarás en el camino correcto". Paráfrasis de un apotegma sufi.

"Aún me falta entonces, seguiremos", le respondí.
Juan Villoro en la Conciencia narrativa, conferencia: "la supervivencia de la especie ha dependido, en gran medida, de las historias que se cuenta a sí misma".

miércoles, 28 de mayo de 2025

Tornado en Valparaíso: un desastre desconocido

“Un tornado arrasó a mi ciudad y a mi jardín primitivo”.

Sumo, Mejor no hablar de ciertas cosas

Un tornado arrasó Puerto Varas el día martes. Los vientos fueron feroces, dejaron una decena de heridos y destruyeron muchas viviendas. Sin duda, somos un país atravesado por desastres naturales, sobre todo sismos e inundaciones, pero sobre tornados no habíamos tenido suficiente registro. Al menos, hasta ahora. Según dicen, este extraño y amenazante tornado se manifestó debido a un fenómeno climático conocido como “la mancha cálida”, una zona del mar que ha subido su temperatura más allá del límite, provocando una acumulación de vapores de agua que aumentan la energía necesaria para la aparición de vendavales y huracanes salvajes.

Fue tanta la potencia del tornado en el sur que puso en alerta a todo Chile. Y, de paso, trajo a la memoria, cual escombro que vuela a través del tiempo, el registro de un tornado ocurrido en Valparaíso en el año 1991. Sí, Valparaíso también sufrió en su momento la arremetida de un tornado. Ocurrió durante la mañana del 19 de junio, en la zona intermedia entre el puerto y Viña del Mar, específicamente entre los cerros Recreo y Barón, alcanzando el sector de Rodelillo. Aquella vez, el tornado derribó antenas de radio, arrancó techumbres en el plan y en el cerro, dejó muchos lesionados e incluso provocó la desaparición de un niño.

El tornado porteño se mostró implacable. Voló una Comisaría de Fuerzas Especiales en Santos Ossa, atacó postes, casas y árboles en la República independiente de Playa Ancha, arremetió contra la Terminal Agrícola y Pesquera y contra la Maestranza de la Municipalidad en Portales. A medida que seguía avanzando, el viento soplaba cada vez más fuerte, seguido de truenos, rayos y relámpagos. Un gran estruendo asoló el anfiteatro de Valparaíso y sembró el pánico entre los porteños, sin miramientos ni contemplaciones. La Avenida España quedó afectada, llena de carteles de publicidad arrancados por las ráfagas de viento. La antena de radio Valparaíso cedió, y los servicios telefónicos quedaron caídos, dejando incomunicada a mucha gente de la comuna.

Lo ocurrido en Puerto Varas puede ser una señal, considerando que nuestro puerto ya fue afectado en el pasado, ¿será posible que un nuevo tornado pueda ocurrir en Valparaíso? ¿Estaría la “ciudad patrimonio”, nuestra ciudad estoica, preparada para enfrentar una amenaza de tales magnitudes? La ciudad se resiente, otra vez. El daño de Chile es el suyo propio. Mira con un trauma severo cualquier otra calamidad ocurrida en su país. Pareciera que el tiempo la embiste, destinada a perecer. Aun así, aguanta, porfiada.

Por Valpo han pasado amenazas de tsunami, inundaciones, lluvias torrenciales, una gran cantidad de temblores y terremotos, mega incendios, destrucción de inmobiliario público, “estallidos sociales”, la amenaza de explosión de un gasómetro, el deterioro progresivo de su forma y de su esencia. Nada de eso ha logrado tumbar por completo la ciudad. La han herido, sí. De gravedad, a punto de pasar a ser una sombra de lo que fue hace mucho en un pasado glorioso. Sin embargo, Valparaíso permanece de pie, desvencijado, desmoralizado, pero de pie. Si no está la suficiente voluntad para mantener a flote nuestra embarcación, si no basta con la iniciativa ciudadana ni con la agencia política de lado y lado, la ciudad, nuestra ciudad encontrará la forma de enfrentar el vendaval que venga, aun a costa de su futuro.

Reencuentro con el amigo misántropo.

Nos reencontramos con un amigo de hace más de veinte años, “el misántropo”. Llegó desde la Cuarta Región. Allí trabaja en una termoeléctrica. Me invitó a la casa de su padre, donde se está quedando a alojar por unos días. El caballero me saludó y me estrechó la mano. No recordaba haberlo conocido. El misántropo dijo que sí, que ya habíamos hablado una vez, exactamente hace diecisiete años, cuando fui a su departamento en Avenida Alessandri. No pude recordar nada, aunque me dio gusto saludar al padre de mi amigo más longevo. Me ofreció una botella de Kunstmann. El misántropo le pidió una botella de vino para el frío. Así, brindamos por ese reencuentro tan ansiado.

Conversamos largo y tendido sobre cuestiones nostálgicas: nuestras andanzas en el colegio, nuestra etapa “anti-parafernálica”, la época en que vacilábamos metal e íbamos a las tocatas en Valpo, en la Cantera, en el 2120, sobre todo las veces en que hueveábamos en el plan de valpo, de carrete por las noches, sin otro rumbo que la dispersión y el fracaso. Recordamos esa vez en que salimos mojados de una disco, porque llovió torrencial, con los bolsillos vacíos y sin esperanza de compañía femenina. También aquella vez en que tomábamos chela un día domingo de verano por la tarde, en la terraza de una antigua pensión en Chacabuco, al ritmo de Metallica, Mercyful fate y Slayer, y tantos otros, mientras veíamos cómo se oscurecía Valpo y filosofábamos sobre el goce en la miseria de la existencia. Pero, después de tanto tiempo, las cosas han cambiado demasiado y, en cierta forma, para mejor.

Todavía recuerdo aquella vez en que me llamaba desde su pega en la termoeléctrica para avisarme que sus compañeros lo molestaban por su encierro y su soledad. Aproximadamente hace ocho años atrás. Le decían que no se quedara encerrado, que conociera a alguien con quien compartir los tiempos muertos, que lo intentara y que no tuviera miedo, en una suerte de patética charla motivacional. Él decía solo escucharlos con indiferencia, pero por dentro igual se tomaba en serio su condición, más aún en un lugar tan alejado, en el que la rutina y el contexto casi exigen seguir la rueda de la obligación, bajo unos parajes desoladores, marcados por la vida rudimentaria y el sedimento de la industria. Insistía, sin embargo, en que la pega no era mala, pero que se sacrifica mucho en el proceso: la vida social, el esparcimiento. Se trataba de un lugar que le evocaba el sentimiento de extranjería constantemente.

Decía que lo que le pasaba entre esos metales fríos y esos ruidos mecánicos era algo indescriptible. Pese a eso, nunca se resignó y continuó trabajando, asumiendo esa pugna interior. Así fue cómo logró superar su estado de marginación, armando un proyecto de vida llevadero, volcándose al sacrificio y dejando atrás esa paradójica libertad del hedonismo barato. Fue en esas noches ruidosas de soledad industrial que consiguió una dirección, noches infinitas y soterradas que eran muy semejantes a alguna carátula de doom metal o incluso a algún pasaje de la novela Pedro Páramo, con cerros de carbón y chimeneas humeantes de fondo, mirando hacia el negro horizonte.

Hoy por hoy, al misántropo ya no le queda el epíteto: es un ingeniero eléctrico, padre de un chico de tres años y mantiene una buena relación con su señora en la casa que con mucho esfuerzo lograron armar, en el pueblo donde vive hace casi una década, alejado del mundanal puerto, del feroz y melancólico puerto. Hizo su vida allá, formó su familia, armó su hogar, su pega. Sobre todo, se alejó de ciertas compañías mediocres y abajistas y borró sus redes sociales, la mejor decisión que pudo haber tomado, le repito. Ahora se siente más libre que nunca: vive la vida, la vida real, la verdadera vida.

Sin embargo, mi compadre me confesó que se aburre terriblemente en el pueblo donde vive, un pueblo chico, costero, rodeado de pocas casas, donde todos se conocen y todos conocen la vida de todos los otros, más exotismo que vida ciudadana, pueblo chico, infierno grande. Decía que los vecinos del otro pueblo cercano eran demasiado cahuineros y dados al chisme y al conventilleo, cuestión que no podía soportar. Siempre mi compadre ha sido bajo perfil, aún lleva dentro de sí la anti parafernalia, aunque bien canalizada, en virtud de la superación y de la disciplina interior. De esa manera, logró lo que logró, sin aspavientos, borrándose del mapa, del inmenso mapa de las relaciones superficiales y los culebrones tóxicos.

La fábrica donde trabaja, decía el misántropo, sigue igual de gigantesca. Me mostró una foto en su celular y efectivamente el complejo termoeléctrico era lo más parecido a una ciudad llena de tubos y cañerías, una estética y una arquitectura muy similar al sector industrial de Con Con, que, de noche, emula un escenario cyberpunk en plena Quinta. En aquella termoeléctrica de la Cuarta, es donde mi compadre se quema las pestañas hace casi una década. Allí, a punta de garra y puro aguante, se forró y armó una vida más o menos tranquila y ordenada.

¿Quién lo hubiera creído? El más “satánico” del grupo, el que vacilaba Deicide, Emperor, Vital Remains, Mar de Grises y Uaral, que decía “fallar en la vida y en el amor”, que cantaba a pecho descubierto tanta lírica depresiva, ocultista, hoy es todo un padre de familia. Le dije todo eso y se río, porque sabía que era cierto, aunque, más allá de los vaivenes de la vida, sigue siendo el mismo: auténtico, piola como él solo, quitado de bulla, responsable, pero con una intacta afición por lo oscuro, volcado en el metal y en el imaginario popular. En eso seguiremos siendo muy parecidos, en eso nos hermanamos, en la actitud vital, pese a los diferentes caminos que acabamos tomando y a la gran diferencia en el enfoque de nuestras respectivas carreras. Él, un técnico más volcado a la cosa operativa. Yo, en cambio, un “humanista” irremediable, en el sentido de mi obsesión por las letras. Decía que nunca se le dio el humanismo, que lo suyo siempre fueron los números, la cosa técnica, concreta, manual incluso. Siempre lo veía arreglando una que otra cuestión, fondeado entre cables. Hay que tener una predisposición desde chico para eso, porque, en el fondo, era algo a lo que mi compadre siempre estuvo acostumbrado.

Le pregunté que cómo lo hacía en sus turnos para no aburrirse. Dijo que siempre se estaba pendiente de algo, tanto en los turnos de día como de noche, había que vigilar de manera constante los medidores, que no se recalentaran las tuberías. A veces, en los tiempos muertos, se ponía leer -¿a leer?-, le pregunté. Él dijo que sí, que leía, pero cuestiones relativas a generadores y potenciómetros, un imaginario de ingeniería eléctrica. Había creído que estaba leyendo alguna novela o algo por el estilo. Hubiera sido bizarro. Para mi amigo, abocado de lleno a su pega, lo más parecido a la literatura era algún ensayo sobre el futuro de la generación de la energía en Chile y el mundo, no por nada la central en donde él trabaja alimenta a todo el país de manera transversal. Hay ahí, sin duda, un potencial literario. Se podría escribir una novela con sus puras anécdotas en la termoeléctrica, porque en cierta manera, la literatura también abastece de energía a sus agentes y tiene sus cortocircuitos, sus sobrecargas y sus apagones.

A propósito de apagones, le pregunté al misántropo cómo vivieron el apagón de febrero. Me comentó que fue fatal, que, por suerte, él no estaba de turno cuando fue ese apagón de más de cinco horas, que tuvo que hacerse cargo con su equipo de todo el mantenimiento de la central durante la madrugada. El responsable, según contó, fue sumariado y despedido. Terrible. Al tocar el tema del apagón, mi compadre se explayó largo y tendido sobre sus posibles causas, haciendo uso de tecnicismos y de explicaciones enrevesadas que, francamente, no alcancé a pillar del todo. Solo presté atención a cuestiones generales, como el hecho de que los generadores rotativos mantienen un equilibrio autónomo en la alimentación de energía, lo cual vuelve necesario el uso de plantas con esas características. Uno solo de esos conductores tenía una presión que podía literalmente matar a cualquiera, de una sola vez, como un disparo a quemarropa. A un trabajador de su central ya le había pasado. Muerte súbita. Estás terrible expuesto, le dije. Afirmó con la cabeza. Dijo que lo que provocó el apagón fue la mala respuesta en la línea de transmisión que se ubica cerca de donde él trabaja, entre Vallenar y Coquimbo. Al sobrecargarse, se desconectó y los sistemas de protección no fueron activados de manera oportuna. El equipo que estaba a cargo de esas maniobras no reaccionó a tiempo o no lo hizo de la forma que había que hacerlo y pasó lo que pasó. Una reacción en cadena, le repetí. Exacto, contestó el misántropo. Una reacción en cadena en la caída del sistema eléctrico país. En definitiva, un oscurecimiento total. “Blackened”, repitió, nombrando el tema de Metallica que abre el disco And Justice for all. “Blackened is the end”. Oscuro será el fin.

Y como todo tiempo tiene su final, ya se hacía de noche y hacía un frío realmente diabólico. Me levanté y me despedí de mi amigo. Un abrazo apretado y luego un estrechón de manos a su padre. El misántropo luego me encaminó hacia la salida. Me dijo que se quedaría por unos días, y volvería el fin de semana a la Cuarta para retomar su rutina industrial. Vuelta a la realidad, le dije. Asintió. Vuelta a la realidad, la realidad de la fábrica, la realidad de la maquinaria pesada que alimenta a todo Chile, y de la cual es, en parte, responsable. Vuelta a las amanecidas, entre tuberías candentes y focos mal iluminados. Quizá sea como dijo Varg Vikernes, el único integrante de la banda Burzum: "la oscuridad es tan esencial como la luz, ya que ambos son partes fundamentales de la existencia humana”. Él, que desde muy cabro siempre vaciló el imaginario de lo oscuro, ahora procuraba la generación de la luz en todas las casas y en todos los rincones.

lunes, 26 de mayo de 2025

El último capítulo

Ejercicio narrativo de Escritura creativa.

La puerta de salida retumbó en todo el departamento, seguida de un sonido de pestillo. Alguien había salido sin avisarle y lo había dejado cerrado con llave. Afuera de la pieza sintió el maullido de un gato, un maullido agudo y molesto. Estaba solo. No podía dejar de escribir ese capítulo de su novela, un pasaje desgarrador y sentimental. No ahora. Había mucho en juego: su propia reputación. Sin embargo, una sensación de encierro lo abrumó. Sintió una terrible migraña. Abrió levemente la ventana de la pieza, sucia por la humedad. El cielo estaba despejado. Una brisa le refrescó la cara por un instante.

Se levantó de su asiento y prendió el ventilador. Luego, buscó en el cajón del velador algo para aliviar su dolor y un par de toallitas húmedas. Recordó, en esos segundos, a su ex. La vio acostada en esa cama próxima al escritorio. La vio tocándose la frente, hablando en voz baja, casi un murmullo. Se acercó a ella. Algo le quería decir, pero no consiguió descifrarlo. Supo que debía mojarle su rostro cansado para aliviarla. A lo mejor así ella le confesaría su secreto.

La pieza, de pronto, se oscureció. Se levantó para apagar el ventilador y dejar que la brisa fresca volviera a despertar sus sentidos. Su ex ya no estaba ahí, solo la cama deshecha, cubierta por unos cuantos libros carcomidos, después de una tortuosa semana de edición. El gato volvía a maullar en el living del departamento, con más y más fuerza. Lo llamaba para salir, pero fue más fuerte su oficio, así que permaneció encerrado, absorto frente a la pantalla y el teclado de su ordenador.

Tenía en mente un giro drástico. Debía concluir esa misma noche, de lo contrario, lo olvidaría y lo perdería todo, y no estaba dispuesto a eso, de nuevo. La pieza se encendió, la invadió un calor repentino. Solo estaba él y la página, jadeante, empujándolo a continuar. Al rato, volvió a sentir el pestillo y la puerta de salida que retumbó. Fue tan fuerte que esta vez lo detuvo y lo impulsó a salir de la pieza, para ver qué pasaba.

Caminó hacia la puerta, lento y nervioso. Al abrirla, encontró todo el lugar desmantelado. Estaba prácticamente vacío. Se topó con unas maletas llenas de ropa y alcanzó a ver a su novia, junto a su gato, fumando en el balcón. Apenas se acercó, la novia se dio la vuelta, lo observó con mirada afilada y lo obligó a irse para siempre del departamento. Le repitió que ya estaba harta, que viviendo con él no llegaría a ninguna parte y que vendería todo para viajar y comenzar una nueva vida fuera del país. Impactado, no lo podía creer. Antes de pensar en alguna locura, se tomó la cabeza, luego respiró hondo y cerró los ojos. Al abrirlos, supo que ese era el cierre que necesitaba, el que siempre había estado buscando. Se encontraba de regreso en su habitación, aún más iluminada que antes. La novela, su verdadera y única confidente, lo esperaba, por fin, con las páginas abiertas.

domingo, 25 de mayo de 2025

Se le achaca a Soublette una reminiscencia constante a su "pasado nazi" (como si el pasado stalinista no fuera reprochable), una predilección por el esoterismo, una vuelta al origen y a la tradición, como respuesta al mundo moderno. Pero yo digo que esas son precisamente las cuestiones que, bajo mi perspectiva, constituyen la auténtica "contracultura", hoy por hoy. Frente al materialismo filosófico, la búsqueda espiritual. Frente a la iconoclasia rampante, la reivindicación de lo sagrado. Frente a las ideologías utópicas, la inclinación por el misterio. Frente a la falsa superioridad moral, el trabajo interior con la sombra y la piedra bruta. Todo se resume en una búsqueda espiritual en integración con la propia tierra, conceptos que podrán sonar arcaicos, retrógrados y hasta "reaccionarios" para el progre y el moderno promedio. A Soublette le hubiera venido muy bien la siguiente frase, atribuida a Gustav Mahler: "La tradición no es la adoración de las cenizas, sino la preservación del fuego"

Gastón Soublette: “este país está vacío espiritualmente” (extracto)

Los discursos políticos han estado centrados en lo material, en lo económico, pero no hay una reflexión profunda sobre cómo queremos repensar el país.

-De eso no hay idea. Siempre para el chileno los problemas son económicos en el fondo, lo cual es muy chato. Por eso este país está vacío espiritualmente. Escucha a los políticos cuando los entrevistan, olvidándose de lo que están diciendo, ve su gestualidad, la rapidez con la que hablan, la irresponsabilidad del uso del lenguaje, da la impresión que están locos, con mucho caldo de cabeza. Todo lo que dicen son puros lugares comunes y usan con una tremenda irresponsabilidad palabras como libertad, unidad, progreso, y a la larga no hay nada de eso. Yo veo que esto no tiene destino.

Pero usted nació en un país que ya no tenía destino, porque venían mal las cosas desde antes.
-Sí. Yo nací en un país que ya no tenía destino. Si hubiera nacido en pleno siglo XIX, con esta gran cultura rural, llena de sabiduría, a lo mejor habría sentido que vivía en un país que tiene sentido.

¿Vivir en el Chile actual no tiene sentido?
-Desde cabro chico que vengo escuchando que la vida es un problema, no es un don. Eso le hace mal a una persona, porque si asumes que la vida no es más que un problema y que básicamente es económico, te matan el alma.

¿Chile no tiene alma?
-Chile tiene un alma profundamente enferma y neurotizada. El modelo de sociedad actual está en crisis terminal.

Tiempo atrás usted aseguraba que el mundo se había muerto hace rato.
-Sí, decían que el mundo se iba a acabar el 2012 y cuando me entrevistaron dije que no había que recurrir al 2012 si el mundo ya se había acabado hace mucho tiempo.

¿Cuándo se acabó?
-El mundo empezó a acabarse con las guerras napoleónicas y acabó con la Segunda Guerra Mundial. Tú te preguntarás cómo es posible si estamos todos vivos. Te explico. Vamos a la etimología de la palabra “mundo”, que viene del griego “cosmos”, que significa el orden. ¿Cuál es el orden que se acabó? El orden de la cultura occidental cristiana. Puede que haya dejado de ser cristiana pero siempre había un orden, una cultura grandiosa. Ese orden terminó. Lo que queda es un constructo financiero, político y militar, y eso no es una cultura humana. Y la prueba es que se mantiene con la apariencia de orden nada más que por la fuerza de la ley. Ahora, si en algún momento le abres la compuerta al caos…

¿Qué pasa?
-En Nueva York se hizo un experimento hace 30 años en el que se apagó la luz a propósito. Y dejaron libres a las turbas, que invadieron la ciudad, rompieron las cortinas metálicas de todas las tiendas, saquearon todo. Y los policías se retiraron para permitir a esta gente que hiciera lo que estaba haciendo. Y se filmó todo y con ello se evidenció el grado de caos en esta apariencia de orden. Hablé con una persona que era un alto cargo de la ONU, que vio todo ese experimento, y me dijo que era la apariencia del fin del mundo. El caos está en cualquier parte, si apagas la luz en París va a pasar lo mismo. Cualquier cosa que haga disminuir todos los mecanismos de seguridad hace estallar el caos inmediatamente. Ves lo que ocurrió en el sur tras el último terremoto, cómo la gente invadió y robó todo lo que pudo. Esa es la prueba de que el orden no existe y esa es la explicación que yo daba para afirmar que el mundo se acabó.

sábado, 24 de mayo de 2025

La Gran Discordia (poema)

 Aquí viene la virulencia

Que caerá sobre cada huella humana.

Será la entropía higiénica

que acabará con los conceptos eternos

de la moral y la ética.



La agricultura del pensar

marginará a su ovejero,

así, la lana del caos será trasquilada,

para tejer el velo de Maya

que cautivará a parásitos y filósofos.



Se expondrán las vísceras del tiempo

y la carne de la galaxia

traerá las almas en pena,

que vagan en el espacio

sobre vibraciones intempestivas

y la Tierra será el epitafio de todo paraíso.



Aquí viene la virulencia

La invencible virulencia

liquida ya la necedad

de tapizar el cielo de quimeras,

cuando bajo el radio de Dionisio

se implora la potencia de la carne,

por sobre los verbos,

por sobre la paja de los templos,

por sobre el yo y la ilusión del más allá.



Aquí viene el corazón del tiempo,

poniendo en marcha su incesante caos.

Su fracción de todo y de ente

será el agente que revele toda máscara.



¿Quién te hizo verdad, para decir: descubriré tu rostro?



Entre ellos, su falacia hermenéutica

Y la tiniebla de la incógnita

hay solo un lamento de siglos.

Es la lírica de los malditos

Los cautivos del velo de maya,

Atados a la magnánima Discordia.



La Gran Discordia, que prescinde de toda

pureza del espíritu

está ya aquí en cada rincón del universo

y en cada reducto cerebral

cumpliendo su obra perenne

escrita con el fluido de un vicio

llamado historia.



Aquí viene la virulencia

Que caerá sobre cada huella humana

Será la entropía higiénica…

Nada, para siempre,

Discordia para todos

y la Tierra será el epitafio de todo paraíso. 

viernes, 23 de mayo de 2025

“La literatura es una forma de trascender nuestra época. Como diría Chesterton: de liberarse de la degradante esclavitud de ser hijos de nuestra época”. Juan Manuel de Prada.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Parásitos de la conciencia (digresiones y líricas infectas) Hacia un manifiesto parasitista

A J. Pinto.



¿Y si te dijera que nunca hubo un antes del virus

Que la normalidad pretendida

era igual de mórbida, solo que deambulábamos en ella,

anestesiados, plagados de ilusiones e hipocresías?

La división creada por el patógeno no es tal,

Siempre estuvo ahí, injerta en la mirada del extravío

estirando el elástico de nuestro maniqueísmo.


Para Camus, “cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el mundo está indemne de ella”. De acuerdo a La peste, la normalidad es un orden ilusorio. De hecho, la existencia de nuevas normalidades confirma el absurdo mismo de la existencia, ya que si esta tuviera sentido por sí sola, esa sería la norma, pero las circunstancias que se presentan indistintamente en la novela y en la realidad han demostrado justamente todo lo contrario. El virus no es lo absurdo. El virus solo expone la fragilidad de la norma, la falta de articulación de un sentido unívoco.


La bizarra sensación después de ver la película de Cronenberg, El almuerzo desnudo: la sensación de escribir frente al pc como el bicho que te encomienda una misión y, en un acto de onanismo compulsivo, imaginar que uno hace la de Guillermo Tell y asesina virtualmente a sus posibles conquistas. Es el precio de volverse un exterminador, de hacer del antídoto el virus, de escribir nada más que por un impulso adictivo.

...

Parra, cuando le explica a Benedetti, acerca de su famoso cuento "Gato en el camino": "el cuento propiamente tal yo no lo concibo, como tampoco concibo la novela propiamente tal. Me interesan más bien en su estado de bocetos, o de bichos más o menos informes; me interesa más un renacuajo que la rana completa: me interesa más el insecto a medio camino, que el insecto perfecto. Tal vez debido a eso no he persistido en el trabajo de la prosa, que es más coherente que el poético". A raíz de la anécdota, aspirar a lo mismo. Relacionada con la frase de Mallarmé: "yo no he creado mi Obra sino por eliminación", se puede llegar a una aspiración realmente auténtica en la vida, frente a tanta obsesión por la integridad, por el cumplimiento de proyectos concebidos como totalidades: familia, estudios, compromiso. Generalmente uno no puede asimilar la vida sino a través de fragmentos, en nuestros momentos más fortuitos a cuentagotas o inclusive en forma de descargas en los de mayor intensidad.

Uno debiese aspirar a ser el significante de su propia vida como un Libro mallarmeneano, o como el punto seguido de un artefacto parriano. Esa manía occidental de poner punto final allí donde solo existe el umbral hacia otra página en blanco. Ese engendro de la eficiencia y sombra del progreso entrometida incluso hasta en la intimidad emocional. Uno debería tener por objetivo ser un destello milagroso dentro de una vida prestada. La escritura no me pertenece, la mente no me pertenece, soy un vástago de la sociedad porque ella vive en mí. Uno debería pretender escribir, o aspirar a vivir, siempre en miras de lograr la página en blanco absoluta. Dejar que las ruinas de tus proyectos (edificios artificiales) escriban en tu lugar.

Yo no aspiro a la felicidad, yo aspiro a la obra. Uno tiene por obligación actuar siempre como la piedra que contiene en sí tanto el comienzo como el ocaso de aquellos edificios. Yo no quiero familia. Solo quiero pensarme como el parásito de mi creación, el proceso entre la mano que la arroja y el rostro amoratado. Esa es la vida que te escribe, el insecto que intuye su muerte al multiplicarse por mil.


Hoy en Chilito resulta más artístico, turístico, montar cuantiosas ferias del libro con todo su gueto de amiguismos y de inversiones, que la existencia de escrituras que simplemente se dispongan a recrear lo humano en su intemperie. El circo estéril de la crítica ha promovido el hermetismo de los criterios por sobre la intuición del gusto que aflore del órgano de lo cotidiano. Si, por ejemplo, figuras como Teillier lograron instalarse en círculos literarios, fue precisamente porque sentían ese habitar poético siempre a pesar de la crítica, operando casi siempre como un acecho dialéctico de aquellas voces circundantes a la tradición, para envolver esas manchas tarde o temprano bajo su paradigma.

Lihn hablaba de escribir correctamente poesía, más en relación al oficio que a una lógica de producción, oficio posible a raíz, y muy en el fondo, a pesar del impulso vital: "el mismo Rimbaud/que probó que la odiaba (la literatura) fue un ratón de biblioteca,/y esa náusea gloriosa le vino de roerla". Sin embargo, Rimbaud se fue al África. Lihn destinó su escribir al inxilio. El Chico Molina, conocido como Bartleby chileno, no escribió nada. Son lecciones que vienen de la voluntad para canalizar el caos propio, más que ejemplos morales. Se tiende a caer en un academicismo que se fagocita a sí mismo, parasitando a sus huéspedes con el fin de prosperar, cuando hay que escribir fuera de la ley. O también se cae en vanguardismos que afloran al ritmo de la bebida energizante de la imagen, quedándose solo en lo espectacular, en su pista de baile, no en su transmutación, cuando hay que escribir siempre a raíz del silencio y organizar el ruido interno.

Qué patética la vanguardia que "quiere ir" adelante del resto, pero detrás de un sueño americano: plata, libros, mundo ¡nada de eso es el bien peligroso de las palabras! Hay que concebir una escritura que excave en el África interna -su punto de subdesarrollo, su tercer mundo- y que haga de su tinta combustible en la zona baldía de los maestros. Duchamp fue vanguardia no por contingencia histórica, sino porque su gesto es el del asco frente al orden establecido. Su asco fue el estilo del siglo. Hoy, sin embargo, vemos la prostitución del ritmo interno arrasando en las ferias y en los museos, avalados por la teta del estado, cuando el sentido de la poesía, a decir de Holderlin, era el de ser "la más inocente de las ocupaciones", inocencia como fuerza y recreación.

Prevalece la poesía que propicia el espectáculo, la pantalla donde los egos se masturban, "en línea" con los intereses de narcos editoriales. En palabras de Duchamp: urinarios del pensamiento al servicio de la cloaca de la contemporaneidad. Frente a ese caos, solo queda reinaugurar los vómitos joviales, la higiene desaforada que nos reconcilie con nuestra respiración, nuestro anonimato y nuestra oscuridad.


¿El virus ha muerto?

Ha dicho Jorge Zamora, disidente activo de la plandemia, que “todo lo que está ocurriendo hoy en día se produce gracias a que las personas creen básicamente dos cosas: 1 que el virus existe y 2 que la PCR detecta enfermedad”. Según él, no se descubrió un nuevo virus, solo se hizo un constructo virtual consistente en secuencias genómicas que no son originales, sino que fueron dispuestas como si de un Frankenstein virtual se tratase. Sarscov 2, para Jorge Zamora, no existe en la realidad y es tan solo un constructo virtual binario. Sí, tal cual se oye. Zamora es uno de los pocos chilenos que se la juega con una tesis tan atrevida, y se propuso hacerlo con argumentos racionales y científicos. Él sostuvo que, al no haber aislamiento ni secuenciación del genoma del virus, sencillamente no se puede afirmar su existencia a ciencia cierta. Similar a tomar la foto de un OVNI y suponer su estructura completa para afirmar que existe, asimismo, con el Sarscov 2 suponemos su estructura en fotos, pero no ha sido individualizado su genoma real, y con eso es imposible afirmar que este presunto virus tenga siquiera la capacidad de enfermar y, por ende, de matar. Zamora, para seguir argumentando su temeraria tesis, citó a Wu Zunyou, jefe del Chinese Center for Disease Control (CDC), quien declaró este año que “el virus no fue aislado”. Sin virus aislado, no puede existir genoma del mismo. Por ende, no puede haber pandemia.

Lo dicho por Zamora resultaría inmediatamente censurado por los talibanes del Ministerio de la verdad de Bil Gates, redes sociales y farmacéuticas asociadas y coludidas. Y eso es lo realmente preocupante. Ya no tanto el contenido de su tesis, de por sí provocadora y transgresora, sino que la falta de debate y aun de disenso científico en torno a este bicho, ya no se sabe si real o imaginario.

¿Y qué pasa con los millones de muertos? Esa misma pregunta se le hizo a Zamora en una transmisión en vivo. Él simplemente respondió que el problema radica en el engaño de las PCR, que realmente no detectan el supuesto virus. Lo que hacen es identificar ciertos síntomas asociados a otras enfermedades afines, para luego ser clasificados arbitrariamente, y de acuerdo a protocolos dudosos, como “positivos” falsos o verdaderos.

Si todo lo dicho por Zamora resulta ser cierto, solo cabría pensar en las desastrosas consecuencias para la ciudadanía engañada y en la aterradora verdad tras toda esta trama conspirativa. Los que llaman conspiranoicos a tipos como Zamora caen en el juego de la verdad “científicamente comprobada” por los medios oficiales y atacan al mensajero pero no al mensaje, falacia del hombre de paja muy usada hoy por hoy para aplacar cualquier atisbo de crítica tachándola directamente de “negacionismo”. Todos los que desconfían del relato de la pandemia pasarían a ser negacionistas. En última instancia, solo se pueden debatir dos grandes posiciones enfrentadas: la de los promotores del origen natural del virus, provacunación y obedientes de las medidas sanitarias; y la de los promotores del origen artificial del virus e incluso negadores del mismo, antivacunación y desobedientes de la narrativa plandémica. Como ha venido siendo la tónica en materia de ideas, durante todo este tiempo, ambas posturas maniqueas se mantienen en pugna, en un estrecho conflicto por la verdad y el poder.

Que el virus ha sido usado por “manos negras”, me inclino a pensar que sí.

Que el virus no tiene un origen tan espontáneo como creemos, me atengo al beneficio de la duda.

Ahora, que el virus no existe y todo no es más que un macabro circo para someternos, me resisto a creerlo del todo, pero una intuición me lleva a pensar siempre en el peor de los escenarios como factible, a juzgar por la dramática sucesión de hechos acontecidos a lo largo y ancho de esta coyuntura histórica.

Después de todo, mantengo el sano escepticismo y solo puedo afirmar que los virus no están vivos, y que incluso son llamados, en ciertos tratados de medicina, “partículas zombie”. Estaríamos ante la amenaza constante de un zombie invisible, seguido de cerca por el miedo que alimenta la maquinaria.

Así, el virus es verdad y es mentira. Verdad en cuanto discurso del poder. Mentira en cuanto su inexistencia puede probarse.

El virus es vida y es muerte. Vida porque sobrevive en nuestra mente. Muerte porque parasita lo que vive.

“Un virus en acción es casi invisible, la luz fusela su cuerpo. Se lo puede observar bien con el microscopio Electrónico, únicamente Después de muerto”, rezaba Gonzalo Millán, en Letra muerta, del libro Virus.

Solo nos queda el pensamiento y su respuesta inmune

El lenguaje y su imbatible viralidad.


Ocaso de metal

Las palabras apuntan al final de finales

Hierven mentes y corazones

El desastre se vuelve la norma

Hombres y bestias azuzan el fuego

Descalabro de la razón

Traición de la luz

Se cierne la noche sobre el páramo

Se hunden las naciones

Se demuelen las obras

Las hienas del poder muerden la carne

La materia se resiente

El mal se vuelve metálico

Y los profanos pagan su deuda

El diablo renueva temporada

La Tierra precipita la agonía

Tras su rostro, reflota el horror

El vacío nihilista, hambriento de furia

Falso Dios de este mundo

Carcelero de ilusiones

disemina la mentira, cual peste

sobre su imaginario oxidado

Ya no hay misión, ya no hay sentido

Los bastardos acometen su crimen

Ecos sin voz se estrellan contra el muro

Sombras sin sustancia

Revelan lo real

La sangre ardiente y el alma desnuda

Se cierne la noche sobre el páramo

Se destruyen los proyectos

Se asfixian las gargantas

Los buitres de la discordia rapiñan la carne

La materia se retuerce y se revuelve

El caos se vuelve ácido

Y los blasfemos (de toda laya)

Montan su teatro

El absurdo renueva temporada

El cielo se precipita a su agonía

Tras la máscara, reflota el horror

El vacío absoluto

De lo que no tiene nombre

Ocaso de metal, cae el conjuro

Sobre los enemigos de espíritu

Ocaso de metal, cae el hechizo

Sobre los parásitos de la consciencia.


No estoy contra cogito ergo sum, pero, sin embargo, dudo de que haya una certeza equiparable a Dios y a los conceptos elementales y artificiosamente elaborados por la cualidad fracturadora de la mente.

La palabra duda, más aún, el hecho de dudar, envuelve su etimología y definición en un orificio autófago para quien la erija como concepto. El querer establecer de ese artificio una certeza es precisamente y se vuelve en ese orificio, y hasta lo que dije, cabe la duda, se ve envuelto.

Conceptos parafernálicamente físicos: Pensamiento, yo, imaginación, ensueño, verdad, etc, etc, etc. no son más que espejismos que la mente [ese virus extra humano] incrustada en este animal bípedo proyecta y hace perfectible por medio de los cinco sentidos del susodicho animal. Apoyo a Burroughs al decir que: “el lenguaje es un virus”, pero el virus es para mí mejor dicho la mente, y, junto con ello, un parásito ontológico que corroe nuestra susceptibilidad haciéndola justamente susceptible, y por consiguiente, hambrienta de retribuciones ¿Respuestas?

Etapa final= fractura.

Por lo dicho, el pensar puede volverte como un orificio autófago, aunque creo o dudo que lo sean o ya lo somos o lo soy. No se puede imaginar una vida humana (con todas sus fracturas) en un cuerpo artrópodo, por ejemplo (como si Kafka supo hacerlo, pero solo siguiendo una línea humanoide).

De esa forma, la figura humana necesita de la oscuridad flemática de una pangea.

El caos inicial es la pangea máxima.


Una poética de la oscuridad

Echar a andar el engranaje del pensamiento para constatar que no produce sino su propia y adhesiva repetición. Quizá sea posible concebirse, fuera de la rutina o dentro de ella, entre sus grietas, uno mismo como una máquina de excretar frases, simples sentencias que sean embriones de pensamiento total, a la manera de haikus o de parábolas indias, pensar así como ritual cognitivo para tu vida tanto psíquica como cívica, pensares equivalentes a musculaturas y respiraciones: un sístole díastole de escritura. El momento en que la letra entre sangrando en la vena y salga divorciada de algunos de tus orificios, de tu sistema completo, a la manera de una criatura, como el músculo del brazo o el sudor de una fiebre, ese puro proceso de adicción y de expulsión podría ser lo único, el placer y el deber escribir. Que los textos actuaran como molinos que emulen la violencia creadora de la sangre.

Ahora bien, es preciso que esa máquina de ficción en su curso inmortal purifique la falsa antinomia de los conceptos: la vida desconoce exclusividades, contiene las contradicciones porque son brochazos de un lienzo cósmico, no porque se borren a si mismas en él. Los conceptos binarios son como fisuras de un sistema nervioso: yo no amo sin odio, yo no vivo sin morir, yo no intuyo el núcleo sin la superficie. Las cicatrices del pasado pueden ser surcos donde florezcan nuevos sentimientos, eso lo sabían los griegos: el paroxismo de las cosas diluye sus opuestos, pero para llegar a esa verdad es preciso atravesar todo lo intrincado de las oposiciones del mundo, sentir la adversidad en tus órganos, ser tu mismo en algún punto el engendro de la adversidad de tu mundo civilizado.

Para conquistar la abismal pulcritud de una realidad pura como hoja, es preciso que te deshagas y que seas más negro que la tinta. De esa forma iniciática se podría llegar a escribir en cierto punto de inflexión. Se trata de una poética de la oscuridad, como ya lo revisaron Lihn, Millán y otros metapoetas. Por eso, en parte, la crueldad de la que hablaba Artaud, a nivel ético, siendo duro consigo mismo para que, en ese acto, germine una nueva apertura en y desde los otros, incipientes pero inherentes a esa cosmovisión.

Con todo, y por todo lo anterior, no puedo ser positivo, no puedo simplemente obviar el proceso vital del conocimiento, el ruido y el aceite de esa máquina. Para, al fin, ser o deber ser, debo contaminarme de ese ruido y de ese aceite, para saber, para aprehender, concebirlo todo, para intuir la la paz auténtica de toda esa mecánica, una ecología de la mente. Por eso, escribir implicaría volverse negro e indescifrable como tinta hasta que la página en blanco -tu realidad- aparezca virginal y total, como una ventana abierta después de tu primera y última noche de bodas.

No es posible escribirse por entero, ergo, hago de mí una obra por correspondencia absoluta. Nadie ama a nadie, por lo tanto, en esa nada es posible que seamos oscura significación, como un vacío oriental: prodigios de oscuridad, sombras de mundos.

martes, 20 de mayo de 2025

Esto no es una arepa: el tostador es chileno

Frente a la polémica de la empresa Ilko y la denominación del clásico tostador de pan como "parrilla para arepas", cabe aludir al origen del artefacto. Se trata, por supuesto, de un producto cien por ciento chileno. El historiador José Pedro Hernández expuso que el tostador se creó en el campo y luego se popularizó en los años cincuenta, con el auge de la migración hacia las ciudades. Eso sí, no tendría ninguna patente industrial, por lo que se ha usado en diferentes partes de Latinoamérica. Incluso habría llegado hasta Europa. El solo hecho de que no tenga patente explicaría, tal vez, por qué Ilko hizo esa modificación, buscando adaptar la función del tostador al mercado venezolano, y no al revés.

Tras el cambio, se generó un parte aguas, entre quienes defendieron su apropiación cultural y quienes apelaron al elemento identitario del artefacto, propio de nuestro país. En virtud de todos esos recuerdos de niño, cuando nuestra bisabuela nos servía pan amasado en esa clásica rendija de hojalata, y también tostaba algunas sopaipillas que nosotros mismos moldeábamos a mano, prefiero reivindicar el carácter nacional del tostador, que se identifica con nuestra industria y con nuestra cocina, a la vez que con nuestra memoria.

Al momento de calibrar el fuego, tratábamos que el pan batido o la hallulla no se quemaran. Nada mejor que unas tostadas con margarina o con queso. El tostador era muy práctico para el desayuno y para la once, aunque había que procurar dejarlo a fuego lento. Esas cenizas dejadas por la masa en el suelo, ese olor a quemado que lo envolvía todo, también nos pertenecen. Y no, no se trata de restringir su uso al venezolano ni a cualquier otro, se trata de respetar la idiosincrasia del tostador, y no hacerlo aparecer como otro objeto al servicio de la producción en serie y de la mercadotecnia sin arraigo histórico ni color local.

En señal de protesta, el otro día, publiqué una foto en la que aparece un pan batido entero encima del tostador y, debajo, la leyenda: esto no es una arepa. Se trataba de imitar lo que hizo Magritte con su ya famoso: esto no es una pipa. No es el sentido literal, es la representación que nos hacemos del tostador lo que cuenta.

lunes, 19 de mayo de 2025

Pedí prestado en la Biblioteca Severín el Diario de Mario Góngora del Campo, editado por Leonidas Morales. Al principio, no tenía ninguna intención de pedir nada, solo hojear alguno que otro libro, sin expectativas. Hace tiempo me venía resonando el nombre del historiador, luego de leer su reflexión sobre la crisis del Estado de Chile. En cierta manera, el libro se me apareció y fui llamado a leerlo.

El Diario de Góngora contiene anotaciones personales que el escritor realizó entre 1934 y 1937, y que comprenden su época como estudiante de Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile, un periodo muy convulso de su carrera. Al terminar el diario, Góngora desertó de las leyes y se abocó de lleno a la historia y a la historia política. Eché un vistazo, hojeé algunas páginas del diario y me sorprendió el estilo de su escritura, distendido, sin demasiado artificio, con algunos pasajes más reflexivos y otros descriptivos. Ya había leído antes el diario de Luis Oyarzún y el de Alfonso Calderón, que tienen una inclinación similar, pero matizada por sus propias lecturas y sus propios avatares.

Había algo en la escritura de estos textos que se acercaba al tono de lo consuetudinario, aunque, bajo la apariencia de lo prosaico, latía la experiencia vital enriquecida con la propia mirada de sus protagonistas y la lectura situada de un momento histórico. En el Diario de Góngora puedo advertir estas mismas inquietudes. Al cerrarlo, una madrugada del martes 21 de diciembre de 1937, un joven Góngora, en un momento crítico de su derrotero de vida, escribió: ¿Qué será de mí? No sé. Todas las ideas, todos los planes, todas las teorías han caído y quiero solamente entregarme al viento que pasa, encontrar en él una respuesta, viva y fresca”.

En la perplejidad del texto, se puede percibir algo así como un tejido orgánico, una cuestión palpitante, la propia vivencia de su autor, vivida sin tapujos, expuesta sin concesiones, además, la libertad de dejarlo todo, de nuevo, y prepararse para lo que viene, otros proyectos inciertos y, consecuentemente, otros escritos, escritos de otra naturaleza, porque lo componen otros pensamientos, otra vida. Todo aquel que ha hecho de este oficio una realidad palpable, ha experimentado algo más o menos similar, si es que antes no ha consumado una misión secreta y silenciosa, hermética al mundo exterior.

domingo, 18 de mayo de 2025

Las gaviotas

Mientras reviso el escritorio, fuera de la ventana se puede ver una multitud de gaviotas encima de los techos de los edificios. A veces, sobrevuelan el parque del condominio y van de un techo a otro para reunirse con las demás. No es una cuestión reciente: hace varias semanas que las gaviotas se volvieron nuestras nuevas vecinas. Sus graznidos se hacen cada vez más numerosos, cuando no se escucha demasiada bulla y no se aprecia gente alrededor. Hay detalles en esa bandada de gaviotas que resultan incomprensibles: el hecho de que se vayan con rumbo desconocido por las noches y vuelvan durante el día; el hecho de que sobrevuelen los techos sin descender, como si temieran el contacto humano (no las culpo); la necesidad de posarse en grupo aquí y no en otro recinto de la zona, ¿será que son aves descarriadas, que perdieron su verdadero espacio? ¿Será que solo están de paso por un tiempo, en estos lados, para luego marcharse sin retorno?

Aún no puedo comprender el motivo por el que estas gaviotas, aves marinas, volaron tan lejos y se agruparon precisamente en este lugar, de manera tan misteriosa. Quizá migraron en busca de alimento –basura humana, por ejemplo- y encontraron en el vecindario una zona de distribución para abastecerse y volver a los parajes costeros, de donde pertenecen. Cuando las gaviotas graznan entre ellas, de manera estruendosa, pareciera, verdaderamente, que están tramando algo o planificando su próximo movimiento con fines ocultos, vetados al intelecto. De inmediato recordé “Los pájaros” de Hitchcock. El lenguaje del cine puede ser un lenguaje alado. En la película, las gaviotas amenazan Bodega Boy con sus ataques en bandada, sembrando el caos en el pueblo, sin otra explicación que su naturaleza salvaje. Podía ser una emanación del inconsciente o un fenómeno fantástico. Aparte, recordé el clásico cuento “La gaviota” de Chéjov. También el lenguaje de la literatura puede ser un lenguaje alado, con el que emprender vuelo o tirarse en picada contra la tierra. En el cuento, hablaban de una “gaviota embalsamada” y una “gaviota muerta” que representarían el presagio fatal, el estancamiento creativo, la pérdida de la libertad y, en definitiva, la advertencia sobre un destino funesto.

No quisiera seguir pensando en las gaviotas hostiles de la ficción, pero su imaginario continúa sobrevolando el cielo nublado. Las gaviotas que puedo ver desde mi pieza demuestran, en cambio, una actitud serena. Vuelan y graznan sin molestar a nadie. Solo observan, de cuando en cuando, el actuar de los humanos allá abajo, con suma distancia, aunque siguen en sus menesteres, inadvertidas. En el momento que escribo esto, sin embargo, las gaviotas del frente graznaron desesperadas y volaron rápido al ser espantadas por un tipo en un balcón del último piso. Las que no fueron alcanzadas por el ataque se quedaron ahí, estoicas, contemplativas, yo diría que incluso abstraídas. Mientras tanto, la parte del techo que alojaba a las aladas forasteras permanece vacía, como símbolo del territorio arrebatado. Solo un jote solitario que se confunde con la bandada, caminó por ahí, tratando de pasar desapercibido, un jote perdido, sobrepasado en número por las gaviotas, pero independiente por naturaleza, acaso en busca de algún rastro de carroña. A las gaviotas se les vio siempre unidas, actuando como un equipo. Al jote le bastó con aparecer una vez para esconderse y esperar la estela de la muerte. Pronto oscurecerá, y el secreto lenguaje de los pájaros será lo único que me acompañará en esta helada noche de domingo. En mi propio nombre hay inscrita un ave guacha, nostálgica de un cielo distante.

sábado, 17 de mayo de 2025

"Todo escritor es un Dios avergonzado. Todos terminamos escupiendo el barro de Adán y llorando a Eva en la página que quemamos"


"El infierno de lo visible es peor que el purgatorio de lo oculto. En las sombras, todos los textos son perfectos"
— adaptado de Edmond Jabès.

Reflexión crítica sobre el Estado Leviatán y la Noción de Estado

La metáfora del Estado como un Leviatán, para el pensamiento de Thomas Hobbes, representa un poder absoluto que se impone sobre el conjunto de la sociedad con el fin de mantener un determinado orden político. El hombre en su estado natural sería, bajo esta visión, nada más que “un lobo para el hombre”. Ahora bien, la metáfora original tiene un marcado carácter monstruoso. El Leviatán bíblico era, de hecho, una fuerza de la naturaleza, poderosa e indomable. El alcance del Leviatán, hoy por hoy, podría extenderse no solo al Estado, sino que a grupos criminales como las mafias y a corporaciones transnacionales que, de hecho, arrasan con las soberanías de las naciones e influyen poderosamente en las condiciones de vida de los ciudadanos, sin un contrapeso real. ¿Es posible pensar todavía en un Estado absoluto frente a entidades que ejercen un poder más influyente? Esta idea tampoco contempla la posibilidad de que, en muchos contextos, el Estado mismo sea corruptible. La historia tiene ejemplos de sobra, al respecto. El gran problema con ese pensamiento del Estado, desde la mirada de Hobbes, sigue siendo el de la legitimidad popular y la falta de pluralismo social, en el contexto de un mundo cada vez más globalizado.

Por otra parte, en el texto de Lesly Llatas Ramírez, “Noción de Estado y los Derechos Fundamentales en los tipos de Estado”, se realiza una definición de Estado según los parámetros contemporáneos. Se puede destacar la idea de Estado como una sociedad política autónoma organizada para estructurar la convivencia de las personas, de acuerdo a ciertas normas constitucionales. Además, para la autora, el Estado siempre posee una concepción ideológica que lo respalda. Este es el punto que resulta problemático, ya que esa concepción, muchas veces, no responde a los intereses de la ciudadanía. Estas desavenencias entre el Estado y la ciudadanía son las que provocan, luego, la falta de representatividad del sistema político de la nación. La falta de respuesta estatal frente a situaciones que ponen en peligro a la sociedad, es entendida como ineficiencia y, en el peor de los casos, complicidad y corrupción. Hay casos vigentes en los que el Estado soberano choca con el derecho internacional, al cual debiera estar subordinado. Es cosa de remitirse a ciertos regímenes autoritarios y al intervencionismo extranjero de algunas potencias mundiales.

Frente a un escenario sociopolítico tan complejo como el del mundo actual, las nociones de Estado, de Estado de derecho y de Estado nación entran en un conflicto importante, desdibujando sus principios elementales. Entonces, es cuando conviene examinar la realidad circundante, realizar un diagnóstico profundo de la situación país, repasar aquellos conceptos políticos que se daban por hechos y proponer una nueva manera de articularlos. El gran desafío que afronta nuestra nación, en particular, sigue siendo el de la crisis del Estado chileno, como hubiera pensado el historiador Mario Góngora, en circunstancias de que nuestra propia nación fue “pensada y creada por el Estado”. La autora Lesly Llatas habla desde la realidad peruana, y señala que es necesario “imaginar el país que queremos” y que se precisa “discutir ideas para avanzar y dejar atrás la desesperanza que parece dominarnos”. Surgen así un par de preguntas que pueden servir de punto de partida para repensar nuestra propia realidad: ¿Cuál es el modelo de sociedad que queremos construir, de cara al futuro, en pleno siglo XXI? ¿Y qué clase de Estado es el que de verdad necesitamos para garantizar la realización de un proyecto país, que no sea solo un montón de promesas sobre una hoja en blanco ni otra tentativa populista más, condenada al olvido de la historia?

El descenso enfermizo a la tumba

“El punk no está muerto, pero huele raro” Jello Biafra

Se quedó mirando los barrotes. Lucían tan herméticos como el féretro de aquel cementerio. Pensó en el motivo que lo había llevado a aquel velorio, el siempre estridente motivo de la muerte. Mientras más pensaba en ella, sentía que algo en su mente no terminaba de rimar. Sentía que su cerebro se descomponía en cuanto recordó un cúmulo de osamentas perdidas, una Báltica tibia, a medio tomar, un montón de orina y de mierda arriba de un escenario maltrecho, con parlantes saturados de rabia. Ya no sabía distinguir si la calavera que aparecía en sus sueños era la de Misfits o la del monólogo de Hamlet.

De pronto, todo el calabozo se vino a negro. Reinó el silencio. Ante su conciencia, emergió la figura de GG Allin. Lo quedó mirando estupefacto, acaso sin comprender lo que estaba ocurriendo. –Te falta mucho, cabrito. ¡Con el punk no se juega!”-, exclamó, en buen chileno, la voz de GG Allin, con una mirada amenazante y un rostro carcomido por los gusanos. Cuando intentó acercarse a la figura de su ídolo, una bruma cubrió sus ojos. Volvieron los pasos y los sonidos de fierro. La imagen de la muerte se le hizo más parecida a un punketa en pelota invocando la distorsión que a un esqueleto sepultado con flores y abono para el camposanto.

Había algo en la idea de la pudrición que lo empujó, aquella vez, fuera de la misa solemne, rumbo al patio de los mausoleos y los sepulcros. Quería creer que en ese reinado de silencio su ruido interno podría salir explotado y reventar los tímpanos de sus enemigos. Imaginó una tocata noise en medio de los espíritus. Una tocata distorsionada como las de antaño. Imaginó que los muertos en su mente lo harían pedazos en un mosh brutal, así que se apresuró a agarrar ese skate, acompañado de su testigo fantasma, y dio un salto que cruzó por completo la lápida de un antiguo presidente socialista. Su salto fue tan intrépido que dibujó en el aire mortuorio una estela de fuego. Tomó su skate y corrió luego hacia una tumba abierta que había allí, como esperándole ser enterrado. Se arrojó en ella de manera furtiva, como si se hubiese arrojado al público en medio de una noche hardcore. Allí se quedó tendido hasta que, para sorpresa de todos los presentes, agarró un cráneo, lo miró fijo y se grabó cantando una extraña canción visceral, una canción disonante, nauseabunda, solo reproducible más allá de la materia.

viernes, 16 de mayo de 2025

Dos contrapuntos a la idea transhumanista de la inmortalidad

En respuesta al escritor Rodrigo Juri, quien apoya de manera ferviente el transhumanismo:

-Así como yo lo veo a futuro, y dadas las condiciones geopolíticas actuales, la sociedad transhumanista será más bien como una proyección Cyberpunk más que una utopía cibernética en donde todos tendrán acceso a las bondades del sistema. Dicho sea de paso, se perpetuarán las mismas reglas del juego, los mismos mecanismos de control, la misma mentalidad depredadora del poder, solo que mucho más sofisticada a un nivel cuántico. Y lo más seguro es que China, en muy poco tiempo, se apuntale como modelo social a seguir, los líderes tecnócratas sigan alucinados con su carrera espacial y las cosas en Sudamérica y el resto del orbe sigan supeditadas a los movimientos de las potencias. No veo mucha evolución humana interior, así como van las cosas, para serte franco (y aquí es donde cobra relevancia la cuestión axiológica y filosófica), solo una profundización de la mentalidad moderna, ahora en una etapa de "Cuarta Revolución Industrial" (como pensase Klaus Schwab) el mismo ánimo materialista desmedido y la misma atávica ambición de poder. Dudo mucho que el grueso de la población, que vive en condiciones de sobrevivencia, acceda a volverse Homo Deus, como pretenden los tecnócratas. Será una cuestión elitista. Es mi diagnóstico basado en las condiciones actuales del sistema. ¿Cómo será de aquí a doscientos años? No lo sabremos y no nos incumbe. Pero para eso está la especulación científica, la literatura de ciencia ficción e incluso la propia concepción tradicional sobre ciclos cósmicos, que puedan anticipar posibilidades o escenarios hipotéticos frente a los cambios de paradigma.

-¿Aceptaría meterse nanobots en el cuerpo con tal de lograr la inmortalidad?

En respuesta al escritor Jorge Collao, quien cuestiona la idea de la inmortalidad:

-He ahí el punto estimado: vivir mejor, no más. Calidad de vida, que no cantidad artificial. A mí me gustaría por supuesto vivir muchos años, pero hasta donde me dure el organismo, sin pretender subvertir el orden natural.

-Es como en el cuento El inmortal de Borges, al final te condenas a vivir innumerables vidas, pero también sufres innumerables muertes, las de los otros y la de todo a tu alrededor. Lo veo más como una maldición que como una bendición: una muy tortuosa forma de infierno, en la que, tarde o temprano, se anula la memoria, el tiempo y la propia identidad. Creo en otra forma de inmortalidad, no fisiológica tecnócrata, sino que simbólica, perdurable en un legado cultural. Sin ir más lejos, el mismo Borges está, a mi juicio, inmortalizado en sus obras y en su imaginario, aunque todo apunte a la pronta desaparición cósmica. Pretender un legado perdurable en vida, lograr la realización en vida (sea en forma de acciones concretas o de obras) es quizá insignificante comparado con la duración del universo, pero es, a mi juicio, el último gesto digno, pese a nuestra limitada comprensión de la propia existencia.

jueves, 15 de mayo de 2025

Comentario a inicio de “Hijo de ladrón” de Manuel Rojas

El narrador protagonista de Hijo de ladrón parte su relato con dos preguntas en una: “¿Cómo y por qué llegué hasta allí?”. Desde ahí, trata de recapitular lo que fue su experiencia en la cárcel, lugar que no es detallado al principio, pero que cobra entidad conforme avanza el relato. El sujeto reconstruido por la voz narrativa se trata de un sujeto desorientado y vacilante. Su voz comienza tratando de buscar alguna mínima certeza que le permita seguir con la narración, y para eso se va interrogando a sí mismo y se cuestiona sobre su propia memoria, sobre sus recuerdos más inmediatos y luego, sobre su experiencia del todo traumática producto de su encarcelamiento. No indaga en los hechos vividos en la cárcel, no tiene tiempo, está demasiado embotado o atravesado por el cansancio o el sufrimiento, de modo que el tiempo para la voz narrativa es un factor indeterminado, algo que vuelve aún más dubitativo al protagonista. Tiempo que, sin embargo, se volverá determinante para su vida, una vez liberado. A propósito, Tiempo irremediable era el título original de la novela, antes de llamarse Hijo de ladrón.

Conforme avanza, la voz del protagonista se limita a mencionar episodios que lo marcaron física y anímicamente, para recobrar algo de fuerza y prepararse para lo que viene. De esa manera, detalla su salida de la cárcel. Acá la voz narrativa expresa una incertidumbre evidente. Señala que para el protagonista nada es fácil, ni siquiera el propio hecho de morir, se manifiesta además una desazón y una impotencia: “¿Qué hacer? No era mucho lo que podía hacer; a lo sumo, morir; pero no es fácil morir”. Lo que debiera ser una situación catártica, al protagonista lo encontró perplejo. Una paradoja vital se produce en ese momento. La voz narrativa delimita, en este punto, la vacilación existencial que envolvió a Aniceto Hevia y que condicionó el rumbo de sus pasos de ahí en adelante.

Recién en la parte dos del inicio, la voz narrativa recobra, poco a poco, los puntos de referencia que constituían la vida pasada de Aniceto. Lo marcó la pérdida de un amigo, primera persona íntima a la que menciona; luego, su arribo al puerto de Valparaíso y su atropellado zarpe al norte por culpa de una serie de personas con cargos de poder, a las cuales Aniceto desprecia. Es en este punto del relato que se dejan entrever visos a una mirada anarquista, la cual resuena con la propia biografía de Manuel Rojas y el recuerdo de sus años de persecución política en la década del 20. La voz narrativa de Aniceto deja patente su desprecio contra lo establecido, y es en ese mismo momento en el que comienza a reconfigurarse su identidad, difuminada durante su tiempo de encierro, sobre todo cuando se asume como un sujeto inmigrante, desahuciado, abandonado por el Estado, literalmente “sin Dios ni ley”, expuesto a la intemperie y al desarraigo. Uno como lector no puede imaginarse a Aniceto Hevia sin esas variables, sin esa voz que surge del encierro, sin esa zozobra humana, sin esa memoria que pugna por ser reconstituida, y sin esa tan marcada conciencia social que emana desde la propia subjetividad golpeada del protagonista, una conciencia real, orgánica, nunca impostada.

Durante el episodio del tren y del extravío en la frontera chilena, se recuerdan con mayor claridad y nitidez los eventos. Será por su calidad de dolorosos e injustos. Y esto, de alguna manera, permite anticiparnos al tenor de la narración a lo largo de toda la novela. El carácter introspectivo y reflexivo se hace más patente, a medida que la voz articula la memoria de manera progresiva y se asienta sobre los hechos que marcan el derrotero de Aniceto y sus andanzas dignas de un personaje de teatro picaresco a la chilena, claro está, sin ascenso ni redención posible. Es ahí en donde se anticipa, luego, la clásica reflexión sobre la “herida” que el mismo protagonista se hace, con el procedimiento del monólogo interior, propio de la narrativa contemporánea de corte existencialista, que yo llamaría “diálogo con la propia conciencia”. La herida existencial ya estaba contenida desde el inicio, ya estaba supurante, solo que no estaba expresada abiertamente, producto de la vacilación del protagonista, por lo que la voz narrativa se limitó a expresar la desorientación y a tratar de reconfigurar el centro psicológico del personaje.

Las preguntas al principio abren una brecha e invitan a conocer el motivo de la caída del protagonista y la razón de su (mala) suerte. Incluso, podrían leerse como versión chilenísima, porteñísima, de las viejas preguntas filosóficas “¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos?”. Podría decirse que Aniceto hizo suyas esas preguntas porque reflejaron su propio estado del ser en ese instante. Esas preguntas invitan a viajar al infierno del protagonista, su propio tormento interior y sus circunstancias avasallantes. Pero, lejos de ofrecer salidas lógicas o razonamientos, pueblan de mayor incertidumbre la conciencia del propio lector, interpelado por la indignidad en la que vivían Aniceto y sus propios compañeros, sus “camaradas de ruta”. Al identificarse con el protagonista, sin embargo, se logra ese pacto de verosimilitud que permite, en cierta forma, reflejarse en la humanidad rota de Aniceto, la cual, a su vez, se proyecta en la situación de todos los hombres desposeídos en su condición de paria social.

El comienzo de Hijo de ladrón, al estar narrado en primera persona, en calidad de rememoración, consigue ese carácter íntimo, descarnado y confesional propio de la escritura de diarios de vida o del testimonio autobiográfico, otro signo de la narrativa contemporánea, que hace de la psicología del individuo el centro de gravedad. Y he aquí que la narración ofrece más preguntas que respuestas. ¿Cómo saber en qué punto lo que estamos leyendo es enteramente ficticio o tuvo un eco en la realidad fáctica del escritor? ¿Cuánto de ficticio y cuánto de fáctico hay en tal o cual parte de la novela? Preguntas que uno como lector puede hacerse, si tiene el afán de buscar los nexos posibles entre vida y literatura.

Es evidente que hay elementos de la vida del propio autor en la narración del protagonista, pero tampoco podemos reducir su riqueza narrativa a esa búsqueda entre ficción y realidad, sobre todo cuando la voz narrativa configura, a partir del relato del protagonista, un mundo ficcional posible, con ciertas referencias a una época y a un contexto determinado: el Valparaíso de principios de siglo, visto desde la mirada del abandono social y la precariedad. La resonancia con el presente es inevitable. El contexto de recepción de la obra se vuelve punto focal de reverberación, sobre todo cuando se lee en la misma ciudad representada en la novela, bajo otras circunstancias históricas. Pero ¿será el Valparaíso de Hijo de ladrón el mismo que el vivido por Manuel Rojas? Es más ¿habrá alguna relación remota entre el Valparaíso imaginado y vivido por el autor, y el Valparaíso del tiempo presente? ¿Cuánto del Valparaíso (Chile) de Hijo de ladrón hay todavía en el Valparaíso (Chile) de hoy? Son preguntas que surgieron producto de esta lectura, y que permiten problematizar la mirada sobre el espacio vital y el imaginario de la ciudad, hasta nuestros días. De partida, la cárcel sigue estando arriba en el cerro, y los reos que salen en libertad continúan bajando hacia el “plan”, que es como se llama al centro de la ciudad. El mar de Valparaíso sigue siendo el horizonte abierto en el que se funden los marginados.

El punki profanador de tumbas y “el descenso enfermizo a la ruina”

"El punk no está muerto, pero huele raro". Jello Biafra 

Dicen que un punki de nombre Diego Soto, alias Madame Castel Nebrada, fue visto rayando el mausoleo de Salvador Allende y profanando el de Ernestina Pérez Barahona, en el Cementerio General de la comuna de Recoleta. También se le vio saliendo de una tumba, agarrando un cráneo –a lo Hamlet- y saltando en skate, en los alrededores del cementerio. Según consta, el punki habría asistido a un velorio con sus amistades, para luego hacer lo que hizo, con total libertinaje, acaso al límite de la locura y la estupidez.

¿Quién es realmente Diego Soto? ¿De quién se trata este personaje? No hay mucho que decir sobre él, pero sí sobre su presunta obra. Lo que se sabe es que realizó, hace años, una exposición artística organizada por la propia Municipalidad de Recoleta, llamada “El descenso enfermizo a la ruina”. Además, era el vocalista de una banda punk llamada “Sukeban”, activa en la escena under del punk en Santiago, cuya leyenda en su página de instagram reza: “nos gustan los problemas, grindnoise/powerviolence. Ruido de mierda”.

Tras un operativo policial, la PDI logró dar con la casa de Castel Nebrada. Allí encontraron restos de osamentas junto al cráneo sustraído. Diego Soto había sido llevado al psiquiátrico por una vecina, lugar en el que se concretó su detención. Mostró indicios de haberse cortado los brazos. El bizarro episodio impactó a medio Chile, y claro que tuvo una repercusión política. Desde el PS condenaron los hechos y reivindicaron la figura de Allende. Desde la oposición, aún no se pronuncian. Eso sí, hay constantes comentarios que aluden a la supuesta ideología derechista de Castel Nebrada, cuestión inviable, sencillamente por la falta de antecedentes que den cuenta de su ideario. Lo más probable es que se trate de un tipo desequilibrado que busca llamar la atención, un sujeto que se creyó el cuento de “cagarse en todo”, acaso sin una noción real de lo que significa la anarquía, en su sentido filosófico, o acaso sin una noción real siquiera de lo que significa realmente el punk, en términos vitales de rebelión y no de mero nihilismo autodestructivo.

Algunos se preguntarán si en el vasto mundo del punk realmente tienen, entre los suyos, sujetos capaces de hacer cuestiones reñidas con la ley, la moral y las buenas costumbres. Y la verdad es que sí. Basta con mencionar a los Misfits, la mítica banda yanqui de horror punk, liderada por Glenn Danzig, cuya leyenda cuenta que fueron detenidos por profanar tumbas en el cementerio de Crescent City de St. Louis, en Nueva Orleans. Fue en el año 82, pleno apogeo del punk y de sus variantes más extremas, como el hardcore y el noise, estilo ruidoso que el propio Castel Nebrada decía practicar con su banda.

Por otro lado, a Diego Soto se le vio con una polera de GG Allin, uno de los cantantes punks más salvajes de la historia, y puede que esa haya sido su inspiración real: desafiar directamente las normas y las leyes, cagarse hasta en sí mismo, luego de haberse cagado hasta en la muerte y en el descanso eterno del prójimo. La única gran diferencia es que GG Allin llevó su performance hasta las últimas consecuencias, muriendo en su ley y haciendo de su propia figura corrompida y corruptora una leyenda entre los fans del punk más visceral, cosa que Castel Nebrada difícilmente pueda lograr, considerando su falta de consistencia, en su visión y en su conducta, aun en medio de la parada caótica, y teniendo en cuenta, sobre todo, un contexto cultural y sociopolítico que no le favorece. Los efectos saltan a la vista: repudio transversal de todo el espectro político y carne de cañón para “tirarle el muerto” al adversario. Incluso en la propia comunidad punk se han mostrado reacios con el “show”. Hay quienes lo acusan de ser un perkin que distorsiona la causa y que le hace el juego a los enemigos del punk, ridiculizando el estilo y haciendo aparecer a sus seguidores como unos verdaderos energúmenos. Otros, mientras tanto, prefieren guardar silencio, un silencio de ultratumba, antes de meter más ruido y distorsión de la que ya existe en todos lados.

¿Qué más se sabe de Castel Nebrada? ¿Cuál será su destino final? Solo se sabe que sigue detenido a la espera del proceso en su contra; que su madre y su hermana acudieron ante la policía en calidad de testigos; que el propio Municipio que alguna vez presentó su obra ahora realizará acciones legales; que hasta una mentalista televisiva llamada Latife Soto ha salido en pantalla, y ha dicho que el punki profanador “perderá la cordura y sufrirá consecuencias terribles” y ojo, no solo de tipo judicial. ¿Será la ruina del miserable?

Hay una canción de la banda mexicana Garrobos que sirve de contrapunto sarcástico para este caso, digno de un Chile hardcore, rayano entre lo peligroso y lo delirante: “Deambulando en cementerios/¿Cuántos vivos mueren parados?/Deambulando en cementerios/¿Cuántos muertos viven hincados?/No estamos muertos/Somos las calaveras que esperan su momento/Que esperan su final, el final del sufrimiento”.

miércoles, 14 de mayo de 2025

Gueorgui Gospodínov, escritor: "Nuestro superpoder es que la IA jamás tendrá una infancia que contar"

P. ¿El escritor es más necesario que nunca hoy?

R. Sin duda. Aunque lo humano no ha llegado a desmoronarse del todo, ahora, con la inteligencia artificial, las cosas se han complicado mucho más. Pero la inteligencia artificial jamás tendrá una infancia o historias personales que contar, así que todavía le llevamos un paso por delante, aún tenemos ese súperpoder, el relato personal.

La sombra de la desgracia y el Anti Tour Patrimonial

La sombra de la desgracia vuelve a arremeter en Valparaíso. El miércoles pasado ocurrió un siniestro en una casona frente a la Iglesia La Matriz, que alcanzó a casi a toda la cuadra alrededor. La más afectada fue la clásica tienda de cecinas Sethmacher, fiambrería artesanal que data del año 1944. Se quemó un lugar muy concurrido por los porteños. La firma familiar, a cargo de la charcutera alemana, Birgit Raupp, afirmó que, ante los hechos, se verán obligados a cerrar hasta nuevo aviso.

Días después, la fachada del Bar Inglés amaneció vandalizada con rayados. El Bar estaba pronto a abrir sus puertas, luego de ser restaurada a causa de un derrumbe. Otro clásico de Valparaíso sufre las consecuencias de la anomia, el abandono sistemático y el embate del tiempo. Pese a todo, su dueño ha dicho que seguirá adelante con el bar. De forma estoica, el inmueble del Bar inglés resiste, exactamente, desde el año 1861. Se trata de uno de los locales más antiguos, sin duda, vestigio vivo de una ciudad que ha atravesado los avatares de tres siglos.

Tras ese infame vandalismo, se supo que el Bar El Irlandés cerrará sus puertas para siempre. Hace veintiún años se había instalado el local en el sector de Bellavista, volviéndose una alternativa pintoresca dentro de la bohemia del puerto. Su fundador, Nigel Gallagher, apuntó directamente a la indolencia de las autoridades frente al deterioro progresivo de la ciudad en materia de seguridad y de vida urbana. En este caso, fue categórico al momento de establecer el cierre del bar, sin posibilidad de reapertura.

De cara al mes del patrimonio, Valparaíso vuelve a debatirse entre incendios, vandalismos y cierres abruptos de locales. Bajo este escenario complicado, se convocó a una actividad irónica: el Anti Tour Patrimonial, organizado para el sábado 24 de mayo, día en el que se celebrará el famoso Día de los patrimonios. La idea de este anti tour es que se realice un recorrido no por los sitios “más bonitos” de la ciudad, sino que, justamente, por los sectores destruidos, descuidados, abandonados, echados a su suerte, como una forma de visibilizar la herida supurante del puerto, más allá de su imagen aséptica y decorativa. Crear conciencia sobre la ruina, desde las ruinas, una suerte de “meta conciencia” del desastre.

Lo bueno es que el recorrido tendrá lugar, mayormente, en el sector de la Plaza Echaurren y alrededores, zona afectada por la delincuencia, la vulnerabilidad y la decadencia urbana en lo social, lo cultural y lo estético. Es cosa de remitirse al sitio eriazo dejado por aquel incendio del 2007 provocado por una explosión de gas, sitio que aún persiste a casi veinte años de la tragedia. Las cenizas aún pueblan los recuerdos de los vecinos. Y también basta con señalar el estado lamentable en el que se encuentra el Teatro Pacífico, el legendario “teatro de los pescadores” en el que se proyectaban películas de romanos, los recordados “western” y filmes de serie b. Fue, en su momento, centro neurálgico de la cultura en el barrio puerto. Hoy por hoy, enfrenta su destrucción, luego de estar siendo desmantelado.

Si disuelven para siempre la estructura del viejo teatro, correrá la misma suerte que tantos otros espacios afines: el olvido y el destierro de una sombra epocal que, en virtud de un progreso materialista y carente de arraigo, arrasa con todo lo tradicional, castrando de plano la memoria arquitectónica de Valparaíso, lo que tiene de humano, lo que tiene de histórico. Esperemos que el Anti Tour haga efecto y haga ver en los residentes y en los visitantes el rostro de la pérdida, ante la cual no caben medias tintas: o se recupera lo perdido o se lo destina a la obsolescencia. Cada espacio desafortunado se ha vuelto una metonimia de Valparaíso, las partes han invocado el malestar general. El todo de la ciudad se resiente en cada uno de sus rincones. Cada paso en falso resuena, con dolor, en su centro y en todos sus márgenes.

Pepe Mujica cruzó el "Rubicón" de Rockefeller

“Venir a verlo a usted es para nosotros como cruzar el Rubicón”, ironizó Mujica al encontrarse con el multimillonario norteamericano, y uno de los fundadores del Grupo Bilderberg, una especie de club de las personas más influyentes del mundo. La expresión “cruzar el Rubicón” significa dar un paso decisivo a pesar de sus riesgos. Dicha alocución recuerda la decisión de Julio César de regresar a Italia, cruzando el río Rubicón, sin permiso del Senado. Mujica reconoció que Rockefeller es “símbolo de una realidad”, y remarcó que reconoce “las realidades”.


Mujica reconoce que reunirse con Rockefeller es como cruzar el Rubicón

Y dicho por un medio de izquierda:

Marihuana libre en Uruguay: Mujica, el amigo progre de Soros y Rockefeller

lunes, 12 de mayo de 2025

"La inquisición líquida: feminismo, poder y la herejía de Javier Rebolledo", Claudia Molina B.

"Lo que Falsas Denuncias plantea no es una negación del fenómeno de la violencia machista. Eso lo saben incluso quienes, con ira preformateada, hoy lo acusan de “revictimizar” y de “atacar al movimiento”. Lo que expone el libro, en cambio, es un fenómeno real y documentado: que también existen denuncias falsas. Que también hay hombres injustamente acusados. Que también hay mujeres que instrumentalizan la ley. Y que la justicia, lenta, clasista y muchas veces sexista en todos los sentidos, no está preparada para lidiar con estos matices.

¿Y qué hizo el sector más institucionalizado del feminismo chileno? En lugar de leer, debatir o incluso refutar con argumentos, reaccionó con lo de siempre: silenciamiento, cancelación y ataques ad hominem. Porque este no es el feminismo de las sufragistas, ni el de las obreras del salitre, ni el de las compañeras que pelearon contra la dictadura. Este es otro: uno capturado por la burocracia, por el mundo académico corporativo, por las ONGs financiadas desde arriba, y por la comodidad del discurso monocorde. Un feminismo líquido, hueco, cómodo para el poder porque ya no incomoda a nadie —salvo cuando alguien les muestra el espejo."