Una frase del profe de Investigación me quedó dando bote: "El libro fallido es también una forma de contar". La dijo, a propósito de una lectura de "El adversario" de Emmanuel Carrère, y en el contexto de nuestras propuestas de escritura narrativa de no ficción. ¿En qué sentido un libro fallido es también una forma de contar? Yo lo entiendo como una posibilidad de relatar la propia experiencia del fracaso, para volverlo legible aun en su recurrencia. Incluso en la derrota del libro que uno tenía en mente, surge una disyuntiva, una decisión autoral. En el borrón absoluto, en la tachadura infinita, hay también una historia, un plano de realidad latente, un texto agujero que amplifica su vacío.
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