jueves, 29 de agosto de 2013

Clase de música

Recuerdo la clase de una profesora de filosofía en el liceo, en donde nos enseñaba a distinguir lo apolíneo y lo dionisíaco en una serie de pistas musicales. En muchas de ellas sonaba música jazz, Coltrane, Coleman, en otras algunas piezas clásicas, sonidos que dado su marcado carácter de improvisación, de azar, y de proporción, de orden estético, respectivamente, podía diferenciar más o menos de manera sencilla entre ambas categorías (el jazz es impulso vital; las orquestas clásicas de Mussorgsky, por ejemplo, son impulso y además propenden a un orden, una estructura). Cuando comenzaron a sonar en el equipo las guitarras eléctricas, provenientes del sonido Seattle (detesto la etiqueta "grunge") y del rock alternativo con temas de Radiohead, The Pixies y de Smashing Pumpkins, entonces entendí de manera acústica que en realidad Apolo y Dionisio no son categorías del intelecto, y por lo tanto, fue una de mis primeras aproximaciones hacia la sospecha sobre la lógica dualista de las cosas. Lo que yo entendía otrora como apolíneo en las piezas clásicas no era sino la forma, el orden cósmico que se recrea en la mente una vez escuchado, la figuración de ese orden en la psiquis, su encarnación sensible. Sin embargo, lo dionisíaco como voluntad y a posterior como "brasa sonora" está ligado umbilicalmente, esperando a cobrar cuerpo en las cenizas del espectáculo apolíneo de la audición. Por lo mismo, lo que yo creía dionisíaco en el jazz no era sino una mayor incandescencia de esa voluntad primigenia, figurada mediante la estructuración de notas correspondientes al orden apolíneo, que se materializan en la improvisación de saxos y de baterías como simulando una apología acústica de una bacanal.

A pesar de tal revelación, no veía en ese rock sino una confusión, aunque bella, demasiado ininteligible: no cabía aplicar de manera pedagógica lo apolíneo y dionisíaco en ese cóctel prematuro de gritos, acoples, distorsiones y letras. Entonces resolví: el rock, al desarrollarse como una rebelión más allá de lo musical propiamente tal, está ligada al sentimiento juvenil, a la revolución de las hormonas, he de ahí una posible respuesta: era la fuerza de la edad, la naturaleza en flor alegando legitimidad a través del sonido eléctrico y de las gargantas sangrantes. Sin embargo, el problema seguía: cómo entender la pugna dialéctica, ya resuelto el falso dualismo de esas categorías, entre la figuración apolínea y el desenfreno dionisíaco aplicada a la música de esas bandas de rock and roll. Entonces, mientras duraba todavía el ejercicio, no pude sino remitirme al Mundo como Voluntad y Representación (libro que rehuía ingenuamente por aparecer la palabras "suicidio" demasiadas veces en él, con la creencia de que Schopenhauer era una especie de rock star, que impulsaba a la auto destrucción, y que uno al leerlo se volvía casi automáticamente en un fan siguiendo sus pasos religiosamente): "en la melodía, en la voz cantante que dirige el conjunto y, avanzando libremente de principio a fin en la conexión ininterrumpida y significativa de un pensamiento, representa una totalidad, reconozco el grado superior de objetivación de la voluntad, la vida reflexiva y el afán del hombre. Solo él, por estar dotado de razón, ve siempre hacia delante y hacia atrás en el camino de su realidad y de las innumerables posibilidades, y así completa un curso vital reflexivo y conectado como una totalidad. En correspondencia con eso, solo la melodía tiene una conexión significativa e intencional de principio a fin. Ella narra, en consecuencia, la historia de la voluntad iluminada por el conocimiento, cuya imagen en la realidad es la serie de sus actos; pero dice más, cuenta su historia más secreta, pinta cada impulso, cada aspiración cada movimiento de la voluntad: todo aquello que la razón resume bajo amplio y negativo concepto de sentimiento, no pudiendo dar cabida a nada más en su abstracción. Por eso se ha dicho siempre que la música es el lenguaje del sentimiento y la pasión, como las palabras son el lenguaje de la razón: ya Platón la interpreta como el movimiento de las melodías que imita al alma cuando es movida por las pasiones". 

A posteriori deduzco la verdad contenida en la melodía, en la voluntad generacional (no sé si llamarla universal, mundial o natural) que se esconde tras esa representación ruidosa, luego de aquella intuición durante la experiencia didáctica musical. Estamos hablando, más que de un mero análisis con nota al libro sobre la reencarnación de esos ídolos griegos en la figuración y voluntad de los sonidos rockeros, de todo el gheto de las pasiones y voluntades viscerales y hasta cierto punto hormonales que confluyen como fuerza estética tras cada decibel, cada alarido, cada verso y desencanto. Más que la vida expresando su concierto en forma de cuerdas, rabia y percusiones, se trataba de los sentimientos de toda una generación, que salían despedidos como de una caja de pandora musical, (que en la dinámica del mundo constituyen demonios interiores habitando en las mentes rebeldes de los feligreses del rock), como si al escucharlos y perderse en esa orgía esencial, (figuración tan cotidiana por el inconformismo de sus estandartes pero trascendente por lo que subyace, la voluntad de expresarse aquellos demonios) uno introdujera una ficha , una ficha psíquica, espiritual, en ese gran jukebox originario, tan infernal como paradisíaco, esencial, y comenzara inmediatamente la voluntad del mundo a empujar nuevamente la rueda de la historia al son del ritmo y la melodía , en este caso, la de los mártires del rock noventero. Ya casi veía a Thom Yorke, Billy Corgan y Richard Ashcroft como avatares , reencarnaciones de aquella voluntad pandemónica desatada, como articuladores del ruido sordo de esa década, la generación perdida, la gran X que se dibujaba en el mundo de los noventas, tatuada como logo de banda musical en las mentes más frescas y juveniles, todavía unidas umbilicalmente a dicha voluntad tan envolvente, sublime por inconmensurable, terrible por verdadera, como si Schopenhauer hubiese escrito en un apartado de su tratado filosófico, que en el sonido rock de los noventa todos los sentimientos de la generación vuelven a su estado puro y el mundo de esa década, su historia constante y sonante en cada decibel, en cada desencanto, en cada hormona furibunda, no fuese sino música hecha realidad. A eso se refería entonces Beethoven : el rock como una revelación más alta que cualquier filosofía. Y así debería revelarse la filosofía: como un aumento en los decibeles del pensamiento, como la gran canción eléctrica que haga vibrar los viejos conceptos.

La música de Metal Machine Music

La música de Metal Machine Music: el mejor antídoto contra el despecho, mejor que el valium, mejor que mirarse al espejo, de amanecida en la caña moral. Banda sonora de supermercados, de citas a ciegas, de encuentros familiares. Lou Reed, dispuesto a ser un sujeto hermanable, nos obsequia este disco por obra y gracia:

"Reed parece empeñado en remover el cadáver de su creatura. En su momento, el artista dijo en su defensa que el disco no era una venganza contra su compañía de discos (RCA), sino un disco pensado durante seis años que grabó en 24 horas. Se reabre, por tanto, la vista para juzgar al "peor disco de la historia del rock".

Fiscal.- Es peor que un dolor de muelas, la melodía no existe, el concepto chirría, es evidente que las drogas le sientan mal.

Defensor.- De eso trataba 'Berlin' (1973) de drogas y drogadictos y es una obra estimable por muy deprimente que parezca.

Nico apareció por León, en un festival, en 1976, con sus mantras. El público bramaba "marcha, marcha" y la alemana rompió a llorar.

Fiscal.- Es tan inútil como el filme rodado por Warhol que mostraba el Empire State Building durante 8 horas en un plano fijo.

-¡Es genial!, grita desde la tribuna el crítico musical Lester Bangs.

Que comparezca Nico, compañera de micrófono de Reed en el primer álbum de la Velvet. En 1976 Nico apareció en León (España) en uno de los primeros festivales de rock celebrados tras la muerte de Franco. La muchacha se presentó en el escenario acompañada por un harmonium, interpretando mantras de aires espirituales. El público asistió estupefacto al primer tema. En el siguiente, se expresó con rotundidad: "¡Marcha! ¡Marcha!", gritaban. Una consigna que en aquellos años se identificaba con las vibraciones rockeras.

Nico abandonó llorando el escenario al que sólo volvió cuando los organizadores (presos de la leyenda 'velvetiana') se hincaron de rodillas ante la diva e imploraron respeto al respetable que concedió tres minutos de silencio incómodo a la susodicha.

Ni el fiscal ni la defensa se ponen de acuerdo sobre el interés del testimonio sobre Nico, pero se ríen un rato.

Juez.- 'Metal machine music' es un disco destinado al fracaso, Lou Reed no canta, sólo abre la boca para bostezar y ni siquiera erupta como haría un dadaísta.

Defensor (ajeno a la extrema parcialidad del juez).- Eso explica la relación actual de Laurie Anderson con Lou Reed. ¡Es un acto de amor a la vanguardia! ¡Un precedente del punk y del ruidismo de Sonic Youth!

Lou Reed.-¡Protesto! ¡Yo soy más culto que un punk!

Juez.- El caso queda visto para sentencia y... sólo le pido a Dios que si existe una reedición del disco no tenga ni composiciones inéditas, ni versiones alternativas. Se permite al acusado el alegato final.

Lou Reed.- "Cualquiera que llegue a la cara 4 es más tonto que yo. Para que conste en acta, yo llegué al final, pero me pagaron por hacerlo".

miércoles, 28 de agosto de 2013

Parásito de mi creación

Parra, cuando le explica a Benedetti, acerca de su famoso cuento "Gato en el camino": "el cuento propiamente tal yo no lo concibo, como tampoco concibo la novela propiamente tal. Me interesan más bien en su estado de bocetos, o de bichos más o menos informes; me interesa más un renacuajo que la rana completa: me interesa más el insecto a medio camino, que el insecto perfecto. Tal vez debido a eso no he persistido en el trabajo de la prosa, que es más coherente que el poético". 

A raíz de la anécdota, aspirar a lo mismo. Relacionada con la frase de Mallarmé: "yo no he creado mi Obra sino por eliminación", se puede llegar a una aspiración realmente auténtica en la vida, frente a tanta obsesión por la integridad, por el cumplimiento de proyectos concebidos como totalidades: familia, estudios, compromiso. Generalmente uno no puede asimilar la vida sino a través de fragmentos, en nuestros momentos más fortuitos a cuentagotas o, inclusive, en forma de descargas, en los de mayor intensidad. 

Uno debiese aspirar a ser el significante de su propia vida como un Libro mallarmeneano, o como el punto seguido de un artefacto parriano. Esa manía occidental de poner punto final allí donde solo existe el umbral hacia otra página en blanco. Ese engendro de la eficiencia y sombra del progreso entrometida incluso hasta en la intimidad emocional. Uno debería tener por objetivo ser un destello milagroso dentro de una vida prestada.

La escritura no me pertenece, la mente no me pertenece, soy un vástago de la sociedad, porque ella vive en mí. Uno debería pretender escribir o aspirar a vivir, siempre en miras de lograr la página en blanco absoluta, dejar que las ruinas de tus proyectos (edificios artificiales) escriban en tu lugar. 

Yo no aspiro a la felicidad, yo aspiro a la obra. Uno tiene por obligación actuar siempre como la piedra que contiene en sí tanto el comienzo como el ocaso de aquellos edificios. Yo no quiero familia: quiero pensarme como el parásito de mi creación, el proceso entre la mano que la arroja y el rostro amoratado, esa es la vida que te escribe, el insecto que intuye su muerte al multiplicarse por mil.

jueves, 22 de agosto de 2013

Un jaque invisible





Cuando pensaba en arte contemporáneo, solía establecer dos figuras como casi antagónicas: Picasso y Duchamp, en términos del gesto e implicancias de lo que ellos entendían por la experiencia artística. Y siempre terminaba tomando predilección por Duchamp, el genio invisible, el tao personalizado, la honestidad hecha hombre, el silencio encarnado, (y por consiguiente, su distancia del "arte" entendido como tal para abrazar el ajedrez como juego de la inteligencia), en desmedro de Picasso, que vendría siendo el genio ególatra, un equivalente al avida dollar (máquina de dinero ) del que hablaba Bretón con respecto a Salvador Dalí. Hoy he llegado a la idea de que estas dos figuras actúan como símbolos de potencias artísticas más bien dialécticas: el hambre desmedida de apariencia y la voluntad de desaparición. Dice Vila Matas: "Creo que en mi vida han chocado al menos dos tensiones siempre: afán de alcanzar cierto reconocimiento público de mis trabajos literarios, ser ‘alguien’ en la vida, conviviendo todo esto con una contradictoria pulsión radical hacia la discreción; la necesidad de estar y la de no estar al mismo tiempo, y también la necesidad de escribir, pero a la vez la de dejar de hacerlo, y hasta la de olvidarme de mi obra. Todo esto ha guiado mis pasos obsesivamente en los últimos tiempos: esa contradicción entre querer seguir escribiendo y desear dejarlo. Ser el activo Picasso y producir todo el tiempo, pero también ser el inactivo Marcel Duchamp, y prodigarme lo menos posible, y hasta quitarme de en medio –suicidarme o desaparecer". Uno puede intuir y hasta sentir en carne propia esa tensión, en materia de ficción e inclusive como actitud vital: ser siempre la máscara de otro, pero al mismo tiempo abrazar el silencio y la desnudez radical de su ausencia. Pese a ello, creo que uno en todos los casos acaba por inclinarse por un lado de la balanza en desmedro del otro, y es el lado que uno intuye como verdadero, es decir, el del silencio y el de la renuncia honesta, el que permite afirmar que Duchamp gana la partida, sin alarde de un jacque, una jugada invisible: «Les he tirado a la cara el estante de las botellas y el orinal y ahora los admiran por su belleza estética». (Duchamp) Esa es la verdad. Aplicar la navaja de Occam hasta rasgar los velos del ego y la vanidad, de lo superfluo por material hasta dar solo con la médula orgánica, el gesto primigenio, la consigna dadá: crear destruyendo, desparecer en esa creación destructiva, saberse destructible en ese gesto, y saberse renacido por ese gesto (los dadaístas pensaban como orientales) y solo así el mundo puede ser una obra, excéntrica y viva.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Digresiones sobre la normalidad y la anormalidad en Ricardo Caponni

Los conceptos de normalidad y anormalidad así como los de salud y enfermedad se hallan inscritos en un panorama diverso y heterogéneo durante la época contemporánea. El estudio desde la visión psicoanalítica ha permitido que estos conceptos, lejos de entenderse como categorías binarias, se desarrollen dentro de un continuum con diferentes grados y variables. Desde la antropología cultural, los conceptos mencionados son abordados desde los distintos sistemas culturales. Lo normal y lo anormal varían de acuerdo a las distintas visiones. Ante un panorama de este tipo, el estudio de la psicología ha considerado como inestables los valores y preceptos en los que se desarrolla. Para el alcance científico de la disciplina, esto resulta un conflicto, como consecuencia de una crisis a nivel macro que caracteriza la dinámica histórica y las concepciones del mundo durante el siglo XX. Por lo mismo, frente a esta crisis, los científicos del estudio psicológico han tenido que volver a la reflexión sobre los principios, las bases que asientan el estudio y el desarrollo de su quehacer, la “filosofía” de su disciplina.

Ricardo Caponni esboza una breve definición de términos. Se refiere al concepto de normalidad como aquello que da cuenta de una norma y su cumplimiento, para el cual ofrece significados distintos: la norma ideal, que tiene relación con un modelo creado por el hombre o extraído de la naturaleza, al cual se debe aspirar. De la primera se deriva la norma ideal prescriptiva, que remite al deber ser en consonancia con un funcionamiento, organización o constitución óptima del sujeto, la cual es considerada arbitraria, demasiado teórica y poco práctica. De la segunda se deriva la norma ideal natural, en relación con un orden al cual el sujeto está ligado, un orden natural de actividad y de desarrollo, la cual peca a ratos de positivista y de arbitraria en el sentido de que no se puede definir qué es y no es natural en sentido estricto. La otra es la norma estadística o modal, en el cual la diferencia entre lo normal y anormal es de orden cuantitativo, es decir, se distribuyen mediante medidas, datos duros, números de recurrencia, en relación con la frecuencia de las actitudes y comportamientos. Esta norma presenta importantes limitaciones, ya que lo normal no necesariamente es lo más frecuente, y olvida el factor histórico-cultural: lo que pudo ser normal en otra época o contexto, no lo será en otro.

Dado lo anterior, entonces la norma sobre lo que es normal y patológico resulta relativa y difusa. La American Psychiatric Association (DSM Il) durante el siglo xx ha buscado establecer parámetros al respecto en relación con el desarrollo científico de esta disciplina. En su DSM III se dejó de considerar a la homosexualidad como conducta patológica. Este y otros ejemplos permiten dilucidar que esta asociación refleja el curso que ha tomado la institucionalidad psiquiátrica en relación con los cambios sociales y culturales vertiginosos que afectan su campo de acción, ante lo cual ha tenido que actualizarse de acuerdo a estas dinámicas, por lo tanto, el establecimiento de categorías de normalidad y patología varía de acuerdo a las necesidades y dinámicas sociales en la cual las propias instituciones psiquiatricas se ven inmersas. De este modo, gran parte de la filosofía de siglo xix y xx se ha dedicado a cuestionar los preceptos de normalidad establecidos con el fin de una renovación valórica, así por ejemplo Nietzsche con su critica a los valores occidentales y su relectura de los conceptos vitales de la antigüedad griega, Marx con su análisis materialista histórico de la sociedad y Freud con sus teorías sobre la conciencia. 

Desde la antropología con Levi Strauss, se han considerado los términos de la normalidad de acuerdo a la relatividad étnica, es decir, cada etnia o cultura posee su propio sistema de valores que bien pueden estar unidos o relacionados, pero no significa que sus conceptos se apliquen unívocamente a los del otro. Aunque, la concepción relativista cultural de lo normal para el estudio psicológico puede tener complicaciones, puesto que cualquier fenómeno de índole psíquica o algún comportamiento de correlato psicológico puede ser visto exclusivamente desde la variable cultural, por lo cual se estaría negando los factores biológicos, genéticos, psíquicos del comportamiento y del pensamiento. Esto implicaría que las disciplinas de la sociología, antropología y psicología, sin advertir los límites que separan a esta última de las otras, y los parámetros que la definen como tal. Esta confusión en los límites puede llevar al extremo de considerar conductas patológicas psicológicamente como “normales” desde el punto de vista cultural y de utilidad social. Por ejemplo: la locura y alucinación del chamán de una tribu primitiva puede tener efecto en un ritual de su grupo, pero no quiere decir que no pueda ser estudiada como una conducta atípica desde un punto de vista psicológico, para reflexionar así con respecto a la norma psiquiátrica en este caso.

Es preciso fundamentar la normalidad de acuerdo a juicios comparados. En relación con la psiquitría, el estudio psicológico debiera abrazar una observación fenomenológica, en primer lugar, con un rigor descriptivo, para luego pasar a un momento operativo de orden cualitativo donde se da cabida a las valoraciones y principios éticos con respecto a los fenómenos. Se puede plantear que, en estricto rigor, lo anormal, entendido como patología en el hombre, depende siempre de aquel juicio subjetivo cualitativo que se hace de los fenómenos. Por ejemplo: un infarto no puede ser considerado patológico en el sentido de anormalidad, es una respuesta del organismo a cierto fenómeno sufrido por el individuo en cuestión, por lo tanto, se puede considerar como natural. Esos términos existen para la ciencia, no a nivel biológico. Caponni, citando a Canghilhem señala que: “la patologia puede ser cientifica, pero nunca podra ser objetiva". Por lo mismo, para la enfermedad o patología se aplica una explicación similar. Lo que es entendido como enfermedad desde la psicología varía de acuerdo a los parámetros de observación (el cuadro clínico) y los juicios valorativos del fenómeno (las consecuencias en el hombre y el dilema ético que provoca). Esto se aplica entonces a las llamadas enfermedades mentales. 

Caponni advierte la cautela que debe aplicarse al momento de establecer como enfermedad ciertos rasgos o cierto conjunto de rasgos de comportamiento, conducta y pensamiento de uno o varios pacientes. Por ello, se ha procurado de que el estudio de los procesos básicos en psicología contemple estas posibilidades y limitaciones. El desarrollo de la terapia psicológica se ha dedicado de este modo al diagnóstico, análisis y control de los fenómenos mentales, usando los conceptos de patologías con fines prácticos y utilitarios, ya no axiomáticos ni normativos. De esta forma, se alcanza tanto un rigor científico en el estudio de aquellos procesos como una perspectiva fenomenológica de estos, evitando condiciones esquemáticas, que deriven, a su vez, en juicios de valor categóricos.

...

El lenguaje en cuanto actividad simbólica tiene un fundamental rol en la vida psíquica del individuo. Así lo ha entendido la disciplina psicológica contemporánea, con Freud en adelante, con su célebre psicoanálisis o conocida de forma más común como “terapia psicológica por el habla”, puesto que los pacientes revelan sus secretos mediante una conversación abierta en que el terapeuta escucha y toma nota sobre los aspectos importantes que se develan en relación a sus problemas. Luego en Lacan acaba por tener un rol articulador del yo y una función simbólica. En relación a la sensación y la percepción, el lenguaje toma un vínculo estrecho, aunque los límites entre ellos resultan difusos. No se ha conseguido delimitar si el lenguaje surge a raíz de ellos, si opera paralelamente o es el factor para que estos se expresen en el organismo y , por consiguiente, en la vida psíquica. 

Capponi señala que la sensación es lo más elemental, ya que tiene que ver con los estímulos que recibe determinado órgano, los cuales son transmitidos al cerebro en forma de respuestas corporales, es decir, las sensaciones tienen relación directa con la funcionalidad y actividad de cada uno de los cinco sentidos. La percepción tiene lugar cuando se ha elaborado un conjunto de sensaciones que dan lugar a información concebida con caracteres de objeto. En esta instancia, el individuo toma conciencia del mundo exterior y su mundo interno a través de estas operaciones perceptivas. 

Caponni establece leyes de la percepción: el todo es más que la suma de las partes, estructuración, generalización, de constancia, etc. Explica que la percepción es tanto el proceso de organización de datos sensoriales como el contenido de conciencia resultante de él. Lo anterior se relaciona estrechamente con los estados emocionales y el factor afectivo, que son determinantes en la percepción, es decir, se percibe lo que se quiere, existe un proceso de selección en la percepción que al ser conciente no resulta solamente automático, y es en esta instancia donde el lenguaje en cuanto facultad ligada al pensamiento toma lugar. 

Caponni plantea que la diferencia entre la percepción y la representación mental se delimita por el grado mayor de abstracción y de nivel simbólica. La percepción presenta la frescura del nivel sensorial; son corpóreas, objetivas, constantes e independientes de la voluntad. En cambio, las representaciones no tienen conexión sensorial, son incorpóreas, subjetivas, irrepetibles y son completamente motivadas. Entonces, podemos decir que en este nivel de la representación, el lenguaje cobra un protagonismo más decisivo, a pesar de que esté influenciado por la sensación (en términos fisiológicos) y con la percepción (mediante la información sensorial), ya que mediante el lenguaje se alcanza el cariz simbólico que permite el desarrollo del pensamiento y el imaginario de la cultura, además del grado de abstracción que permite la elaboración intelectual. 

Sin embargo, no es preciso considerar estas instancias como aisladas: sensación, percepción y representación actúan prácticamente ligadas, en estrecha relación, y de forma sistemática, operando el lenguaje de modo transversal a través de ella, en conjunto con la vida psíquica sostenida por el pensamiento y el organismo. Al estar todas ligadas de acuerdo a una funcionalidad y dentro de una sistemática red de asociaciones, las alteraciones o trastornos que se sufren a nivel de una de ellas pueden afectar a las otras ya sea indirecta o directamente. Por ejemplo: una anomalía a nivel de sensación auditiva deriva de manera importante en el desarrollo del lenguaje y, a su vez, en la percepción sensorial, que el organismo compensa generalmente con la potenciación de otro sentido. La forma en cómo se percibe, inclusive, cómo el individuo responde sensorialmente afecta al nivel del lenguaje, de todas formas, y con este, a la dimensión simbólica. 

A nivel de representación, Caponni explica que los principales trastornos son de naturaleza verbal, como las pseudoalucinaciones verbales y verbomotoras. De todos modos, las implicancias y conflictos que en el lenguaje, (y en su correlato simbólico) puede tener una disfunción de las sensaciones requiere de una comprensión de la relación del lenguaje con el aspecto quinésico y biológico de la subjetividad.

...

Los tipos de ideas de los que habla Caponni, consideradas como normales en términos psiquiátricos, se configuran a partir del juicio de realidad, que es también un contenido del pensamiento.

Un ejemplo de idea mágica puede verse en la novela de Alejo Carpentier, El reino de este mundo, donde se retrata la vida de los haitianos en la época de las colonias francesas durante el siglo XVIII, desde una perspectiva que ronda lo fantástico y lo real maravilloso, como lo llama el propio autor. Una de las ideas del tirano negro que gobernó en primera instancia sobre los haitianos era la de bañar con sangre de toro su fuerte, porque creía que esa sangre le ofrecería inmortalidad a su imperio, haciéndolo prácticamente invencible. En este sentido, las tribus haitianas veían en el toro un animal viril y fuerte, idea que puede tener asidero biológico, pero que es transformada mediante la implicación mágica que asocia la sangre de toro a poderes extra humanos.

Un ejemplo de idea creencia puede verse representado en una de las seudo religiones: la cienciología. Una clase de asociación seudo religiosa que fue iniciada por Ron Hubbard, escritor de ciencia ficción, la cual está organizada de acuerdo a una serie de adeptos que mediante el proselitismo buscan sumar adherentes, ofreciendo charlas de auto ayuda en relación con problemas psíquicos y existenciales, a cambio de cuantiosas sumas de dinero. A medida que suman adeptos, estos van adquiriendo grados de iniciación hasta llegar a estadios mayores donde supuestamente tienen mayor conciencia. Uno de los grados mayores permite que conozcan la creencia de la cienciología respecto a la llegada de los humanos a la Tierra, la cual se explica brevemente como obra de un extraterrestre llamado Xenu, que luego de encerrar las almas de billones de personas en un planeta lejano y someterlas a un visionado 3d de historias respecto a dios, el diablo, el mundo, fueron implantados en los cuerpos vivos de las personas convertidas en racimos vivientes. 

De esta forma, se explica que, en el estado actual de la humanidad, cada persona está llena de estos racimos de almas, conocidos como  “el cuerpo de los thetanes”, y si nosotros quisiéramos ser un alma libre, entonces nosotros tendríamos que quitarnos este “cuerpo de los thetanes” y pagar una gran cantidad del dinero para hacerlo. Y la única razón por la que la gente cree en Dios y en Cristo sería su recuerdo de la película que vieron los thetanes hace 75 millones de años. Este tipo de idea creencia puede llegar a convertirse en una institución poderosa (como de hecho lo es en Estados Unidos), cuando recibe una gran aceptación colectiva y, sobre todo, cuando a su alrededor existen poderes, intereses e influencias más allá de nuestra comprensión. 

domingo, 18 de agosto de 2013

Frases

Antes de que alguien te mienta no te vayas a creer todo lo que el mundo a tu alrededor predica, puede ser todo una ironía prefabricada, acaso las palabras no esconden siempre una fábrica de mercenarios y de paranoias.

No existe la obra definitiva. Si existiera habría parálisis a nivel universal.

Calla!

Antes que nada, soy humano…

Me es imposible pensar en la yema del huevo sin pensar en la cáscara.

Aun así nos comemos la yema!

Tarantino, máxima notable: El mundo es unjuego de citas. Pero: La mente está demasiado citada.

Las ideas encuentran su tumba
al salir de sí.
Las ideas encuentran su tumba
al salir de la puerta
Las ideas encuentran su tumba
al volverse propiamente ideas
Las ideas son su propia tumba.

Junto con la vida muere la idea de muerte
¡viva la vida, viva la idea, viva la muerte!

Lo único que no miente es tu boca,
o por que no:
Lo único que no miente
es tu estómago.

Las ideas son como bebés paridos por tu mente,
que terminan por envejecer en tu boca,
y salir al aire como momias aladas.

Si no puedes con el enemigo, confúndelo

La autocrítica tendría que ser algo que se utilizara cuando no quedara más remedio: como un “bonus” no como una recetadiaria contra la indigestión culpógena.

Si las personas cada día cultivaran más su amor propio, las flores no les causarían tanta alergia.

El tiempo también tiene corazón.

Si fuéramos seres de instinto nuestras mentes serían molinos.

La música es el motor.

No busques trascendencia en lugares que no puedes pisar con los pies ni aguantar con la cabeza!

El arte es algo muy desnaturalizado, y a mi modo de ver, concepto=estereotipo.

Apuesto por la brevedad, luego mastico unbocado de tiempo y regreso.

Si el Universo no existiera ¿Quién escribiríapor él?

… Lógicamente nadie.

Ya nada convence.

“A Tales”: Si el agua lo es todo ¡Nada!

Aférrate a tu círculo vicioso y sueña.

Mientras piensas en un trompo, este da vueltassolo.

La vida es un útero deseoso por abortar.

Ayer ví a Jesucristo fumando solo afuera en una esquina cuando salía del trabajo. La Cruz era su jefe.

Vivir es gratis. Morir es más barato.

Soy un aborto! Pobre que lo sepa mi mamá!

Esta será la última vez que lo leerás.

Las galaxias son Su aperitivo. La Tierra Su banquete. Yo Su postre.

¿Quién es?

El diálogo no es más que la acción de dos idiotas intercambiando monólogos.

El miedo mueve montañas!

Nací de un polvo y morí en el polvo ¿qué más?

Abrazar la vida implica asir las curvas de una mujer, asir las curvas de un círculo vicioso, abrazar el dibujo del absurdo universal.

El pasado es tu sombra; tú eres tu sombra.

Matar o morir: He ahí una ley de vida.

Todo lo que uno piensa es falso.

La mujer es como la sombra: Si le sigues, huye. Si le huyes, te sigue.

Todos los sueños y deseos son como yoyos: Vuelven siempre hacia ti.

La vida del perro es digna.

El dinero es el mejor papel higiénico.

No olvides cepillarte los dientes antes de comer.

Los doctores mienten.

El corazón bombea sangre; no amor.

Los robots sí tienen sentimientos, yo soy un ejemplo.

El que come animales, será comido por otro animal.

La tierra prometida tiene apellido nuclear.

Después de todo, soy humano…

Oye! Te veo de principio a fin -yo te hacía al otro lado.

Lo confieso: Amor a dos manos, mas no a cuatro patas.

Mi otro yo me sigue –Soy solo tu sombra huevón-.

Lo confieso: Solo amo a dos manos.

¿Sabías que a los peces no les incumben las cosas terrenales?

En África lo darían todo por comerse tus palabras.

 Quienquiera revelar el don de hallarse mil veces en el tiempo
¡que siembre y coseche los frutos de su circularidad!

Abdúcete a ti mismo: Escribió el extraterrestre en la entrada de la Tierra.

 He hallado el método infalible de suicidio: ¡El pensamiento!

 ¿Qué eslo que debe seguir al uno? La manía de volver al cero.

La muerte es la única democracia. Ante ella son todos iguales.


...

domingo, 11 de agosto de 2013

Delirios del conserje sustituto

1

Se sentó y divisó por un momento a los hombres venir a tocar la puerta, en el revés del gran vidrio, seguramente visitantes más allá del tiempo ocupando otra zona baldía. Esa sensación de gravedad, el peso de la comunidad (más bien, cúmulo de satélites aislados) leve sobre tus hombros, la cabeza atenta, alerta las veinticinco horas de cada minuto, impávido, impenetrable en cada cuadrado de este espacio, el habitar externo. Los dos grandes ojos henchidos de vigilia, esa seguridad morbosa de quienes se creen observados, como si fuesen cautivos con la mirada, una claustrofobia un tanto perversa y culpable para mi gusto, y yo acostumbro a ser un alguien discreto, cuando no simplemente analítico, contando los rostros que pareciesen atravesar un velo de rutina por su gesto tautológico, una amabilidad gratuita, el irónico oficio de quien se sabe dentro y debe abrir camino para los emisarios de lejos.

Primera ley: nunca confíes.

Nadie está obligado a ser un héroe. Eso pensé yo cuando de mí afloraba un sentido ético bastante enrevesado. Las personas, decía un residente, solo prestan atención a lo que ellas conciernen, agregaba, las grandes cosas, por eso he sacado a colación el hecho de que las cosas que merecen importancia, en resumidas cuentas, quizá los pocos instantes de grandeza, de delirio, de trascendencia que pudiesen tener algún ápice de sentido e interés de parte nuestra, no son sino una cadena interminable, inabarcable, indescifrable de casualidades, de pasos, de coincidencias, de tiempos muertos.

TÚ LO SABES, MÁS QUE NADIE, las personas vienen y van, entran y salen, pasan, suben y bajan, todo pareciese resumirse en un ejercicio un tanto matemático, pero ya sé a lo que va cuando se refiere a la chica del 702 que pidió que le arreglara el calefón un día viernes por la noche. Me preguntaba si en este caso su mentada y aparatosa ética de guardián no habrá sufrido alguna clase de apertura o cerrazón. De tanto abrir y cerrar puertas ¿No se habrá vuelto usted una? Revise que sus ojos estén lo suficientemente fijos y que las llaves estén donde deben estar.

Yo no diría lo mismo de aquel señor del 601, sí, el viejo Cerda, aquel delirante animal sexagenario que siempre procura hervir sus venas y violar su única ley, que profesa la llamada pirámide invertida, y le hace sentir, tanto como el resto de los visitantes, un ente en una dimensión netamente parasitaria, un engendro funcional, un ingenuo proveedor de favores, la mitad de un hombre, la mitad de un hombre, la mitad de un hombre solo presente y valioso en tanto útil, en tanto un vil medio para un fin, una especie de gusano.

Sin embargo, yo procuro siempre ser cortés hasta el límite de la imprudencia, hasta el límite de la estupidez. Su hija (la Marcelita, como le dicen los viejos verdes mañosos y jubilados que tengo de colegas), la que acostumbra a ocupar el gimnasio, agitada y excitada por la trotadora, me ofrece alguna que otra cosilla, algo que picar o algo siquiera que masticar, no sé si en una perversa mezcla de caridad forzosa o vil coquetería. No sé hasta qué punto uno se vuelve aquello que observa. A menudo, los abismos de sus rostros me devuelven la mirada. Quizá, como Don Quijano, uno no deba leer tanto, al punto de acabar convertido en esos monstruos que a diario deja entrar y salir del edificio con una autorización mecánica hasta el punto de la arbitrariedad.

A ratos, la noche se seca; otras, se vuelve una niña consentida. Lidiar con las luces y reflejos en la pared tiene su gracia particular, una especie de hábitat dentro de lo ajeno. Ya no puedo decir que pertenezco afuera o dentro. O toda cosa es proyectada desde abajo, o solo soy yo, tras la plataforma, y usted, más allá de este límite banal.

Quisiera ser franco, dilatar la conversación, ser un poco más empático. Podríamos hablar de otras cosas si así lo quieres, si sobrara el tiempo, porque el espacio es suficiente. Quizá si se pusiera en mi lugar las cosas serían distintas. Debo decir que la hija del viejo Cerda provoca que no pueda custodiar mis impulsos, y la chica del 702, sí, para ese clase de niñitas venir acá y vivir el ambiente del edificio resulta una anécdota entretenida y hasta lúdica, mientras que uno puede divagar fácilmente producto de esta cuerda floja, este vidrio que me mira, ese exterior en mis entrañas, el ruido de los autos que pasan a cuentagotas como la humanidad, ese galimatías extraño de desandar lo andado.

Pude haber follado con la extraña, un polvo abrupto y caluroso como un disparo, su frondoso sexo vegetal, la clásica entre deber y placer (de hecho, follar es como el oficio de conserje: se trata de entrar y salir, abrir y cerrar), el calefón solo era un telón de fondo, el gas pudiese haber generado un clima melodramático y excitante, pero algo me empuja, me empuja a dejar de creer y caer en la mancha de lo cotidiano. Después de todo, aquí abajo, sí, tengo la ínfima y maravillosa ilusión de recorrer el espacio prohibido de sus cuerpos y sus vidas, ese voyerismo a la inversa. Usted que recibe mi turno puede ser mi aval, mi testigo de fe, la fe carece de causas, ya lo decía, comienzo a creer que el mundo es un lugar menos redondo y que cada persona nueva se asemeja a una puerta, a un espacio perverso que espera ser abierto y cerrado como si fuese un envite auto indulgente.

Creo también que el jefe no acostumbra a llamar muy seguido, una especie de fantasma que custodia mi ausencia, y mis días y presencias acá son tautológicas. A veces me multiplico sin siquiera ser percibido. El salón como una suerte de laberinto psicológico. No diría lo mismo si viniese el fascista del 801, aquel romano que inmutable ve en su invisibilidad un signo de nobleza y poder, pues mi condición fantasmal a sus ojos representa lo inverso, siendo que en la práctica cargo con el peso de todas sus conciencias y sus traseros; y los judíos del 401, personalmente no le recrimino al caballero Hirnheimer tener de esposa a semejante momia travestida que rompe sistemáticamente las reglas del juego del conserje, atribuyendo la necia obligación de sacar a pasear al perro gratuitamente, incluso con la exigencia de revisar si arrojó o no a la intemperie sus respectivas fecas y orina (solo falta que reclame el estudio minucioso de la textura y aroma de su mierda), pero sabes bien que ese perro algún va a morir o saldrá corriendo, y todos los conserjes del mundo cruzarán las grandes alamedas y mi pecho se inflará de orgullo. Sí, lo siento, no acostumbro a filtrar lo suficiente semejantes maquinaciones, de nuevo, el agua no estuvo demasiado hervida, insisto en el insomnio como pena capital. A eso me refería con el triángulo inverso, ¿ve? Solo era el café amargo de por acá, el azúcar ya ha mutado en mis venas, y hasta mis palabras destilan ebria torpeza, candidez, alucinación: trabajar acá equivale a custodiar la muerte.

Quizá deba pensar en un mañana, me refiero, ya sabes, las cosas a largo plazo, proyectos, ideales, algo por el estilo. Creo que uno no debiese dedicar cada minuto de cada segundo de cada paso en este primer piso a un ejercicio compulsivo y patológico de análisis gratuito, viendo cómo todo pasa y, paradójicamente, siendo quien permite que el resto pase y uno se quede donde está. Pienso en las cuatro cabezas del 301, tamaño ideal de nido familiar, solo de aquellos que los padres inconscientemente siembran como si fuesen el gran mito humano, el relato del bienestar y eso llamado felicidad. No sé, a veces me contento con cargar en mi cabeza con cada uno de sus sucios deseos. Las fantasías se vuelven cada noche más figurativas. Veo en los canales secretos la idea de mi sublimación. Hubo una vez en la que pude escuchar cómo una pareja era feliz en el ascensor, y nunca creí posible semejante excitación Ese es otro privilegio: escuchar. Ahora mi oficio denota otros dos sentidos a sus placeres. Tengo entendido que puedo alegar a mi favor, en caso de algo que atente con la seguridad de mi ostracismo diligente y a puertas cerradas.

Me pregunto si una de aquellas no habrá fantaseado con el conserje, ese ente de mirada aguda y presencia un tanto irritante, pero, por ello, una bizarra mezcla de peligro y protección. Acaso no sonará más emocionante aguardar siempre abajo en la morada, mejor dicho, el antro del observador latente, y bajo un acto automático, sumirla en ese adentro impenetrable, presa de aquello que la vigila caprichosamente y por quien debiese sentir complicidad ética, al menos algún ápice de conciencia sobre el deber que implica abrir y cerrar puertas a diestra y siniestra; o, por otro lado, abandonar la zona de confort y acudir pisos arriba, arrojar ese peso, dejarlo tan hondo como sea posible, extraviado en algún cajón o cuarto de llave inexistente de dueño imposible, acudir y consentir los vicios de aquellas chicas arribistas que desearían semejante acoso y aventura como una excusa para saciar su infinita vanidad y consentimiento barato. Pero digo que aquello que se desea puertas adentro resulta más oscuro que la propia noche de afuera. Puede ser el café, sin embargo, no he tomado en serio la ética de todo esto, más aún, la moral que sigue al acto de permitir que otros acudan a un espacio ajeno.

¿Suena esto a filosofía barata? Señor nochero, un conserje no habla mucho, pero sí observa lo necesario, ¿No es así? Nada que decir respecto al mañana, (para un conserje como yo no hay mañana). Otra vez, el tiempo acá cae y responde a la gravedad de sus pestañas. No hay planes para un guardián, solo la perpetua, ignominiosa y perenne espera por sí misma. De esto no se debiese hablar, otra ley dice que es preciso saber callar, y el maldito ente de las llaves lo sabe bien, él puede perfectamente no estar y lo sabe demasiado bien, todas las ratas guarecidas en sus madrigueras, allá arriba, lo sabe a la perfección. Pero usted parece no estar convencido, continúa con su lamentable espectáculo mental, su ejercicio retórico que pende de un hilo negro en la acción, ¿Qué acción? ¿Se trata acaso este negocio solo de una cuestión de acción o pasividad? Ya lo creo que no, para mí, es mucho más difícil que simplemente estar ahí, y que simplemente representar esta cómoda máscara y este horrible disfraz.

La sinceridad, en estos casos, resulta un ejercicio trágico y deshonesto. Más valdría que la verdad permaneciese en un cuarto sin llaves y sin dueño, y al diablo, que mi trabajo no es decir la verdad, sino custodiar una gran mentira. SABER MENTIR: esa es la diferencia entre alguien como tú y yo. Vigilar no ofrece garantías, socializar no ofrece garantías, escribir no ofrece garantías. Todo el tiempo estamos apostando, nadie ata ni nadie va a estar ahí, cada quien procura mantener su trasero donde corresponda. Solo sé que aquellas puertas, de alguna u otra forma, tarde o temprano, van a ser cerradas. Y sí, mi cabeza ha permanecido demasiado abierta.

En ese preciso instante, en que tocan al timbre, Cerda del 601 ingresa por el portón y se estaciona levemente a tientas de que fuera recibido por el ente de turno, mientras debía atender a la señorita de la puerta, que resulta ser su hija. Entonces ella se aproxima con una leve mueca:

-Gracias por el favor-, me dice, a lo que respondo sonriendo.

–Es mi trabajo-, y ella, al ver la puerta, avanza un par de pasos.

- ¿Y la puerta no la cierra usted? -, pregunta

–Se cierra sola, es una puerta amable-, le respondo y se marcha, riendo con una sonrisa afectada, hacia el piso de su padre, y el viejo Cerda, ex presidente de la llamada “Junta de vigilancia” (una clase de secta reservada a la gente importante tan metafísica como invisible) comenta de paso: -Me alegro que tenga tanto por hacer-. Y así me doy cuenta que ninguna maldita puerta jamás se cerrará por sí sola.


2

 Más de dos años de conserjería, y escribir se vuelve vigilar, estar dentro y no estar a la vez, escritor como guardián subordinado de una propiedad ajena, extraña. Las voces de los moradores son ecos, y solo ellos pertenecen, y quien escribe solo traduce, sin estar, los hace presentes, procura la existencia patética de esas voces, a cuestas de la suya propia. 

Escribo esto al mirar las cámaras, las manos dejan que la llave escriba. Otro símbolo a la mano: la llave del conserje como el lápiz. Así como el obrero tiene herramienta, el que escribe, el lápiz, él tiene la llave, abriendo y cerrando la puerta para esas voces, destilando tinta sobre tierra de nadie, como ahora mismo, con un concepto de libertad semejante al del rey árabe en el desierto, el laberinto borgiano. He ahí la más inocente de las ocupaciones, a decir de Holderlin. 

Todas las cosas parecen dignas a ser abiertas, pequeñas cerraduras vivientes a la mirada de este romanticismo. Donde se cierra la llave, comienza la palabra; donde se abre, termina. Envidio la síntesis aforística del tao, en este sentido. Puertas adentro, uno experimenta una libertad desértica, el laberinto del ermitaño que cuida al escribir un mundo que no le pertenece para nada. 

El minotauro se asemeja mucho a este oficio: una maldición y un extraño privilegio. Sin embargo, publica esto sin otra expectativa que la ficción, esperando que exista un lector, Teseos afuera de este nicho, visitantes, que sin identificación irrumpan con su estocada interpretativa, sin otra expectativa que la extranjera ficción ¿será este oficio la frontera maldita y necesaria entre la escritura y la vida? 

Más que la biblioteca de babel, el desierto bolañiano, la carretera beatnik, en la conserjería te pagan por un estar ahí heideggeriano, practicando una meditación cuasi budista, sin dejar de ser categóricamente terreno. El ojo que observa de Orwell, puertas adentro, fuera del mundo, bajo él, te pagan por leer lo imposible de leer fuera y por escribir como escribo en las noches o como escribe el conserje creyendo escribir, mientras el asiento religiosamente sopesa el calor visceral de estas palabras, y con el café filtro las voces exactamente sobre mi cabeza, diez pisos, sobre mí. 

Cuando se comienza a ejercer de este modo la verborrea uno se siente estoico en el edificio de la lengua. Uno parece que trabaja en ese edificio permitiendo que otros entren y salgan sin participar más de ese acto reflejo. El hecho de la aventura conserjera condensa todo un itinerario textual, fantasmal, de escritura en el limbo, y siendo pagado por ello, pagado por multiplicar la ausencia, por un simulacro de espectro, por custodiar presencias que no me pertenecen y no me incumben, y qué más da: vigilo y escribo.

Con un amigo que también le hace a la conserjería (como si fuera un mercado negro), decimos siempre: esta es la verdadera pega kafkiana, aquí la burocracia ni siquiera se asoma, la nada es como el aire que respiras al entrar, el mal como una página en blanco de las bitácoras de novedades, diarios que el conserje debe escribir y no le pertenecen, multiplicando la repetición de lo que no se escribe. Cero novedades. 

El colega decía que en el edificio de Con Con donde trabaja los domingos (día idóneo para ejercer este oficio de monje tibetano) existía un acta de “novedades” que risiblemente no presentaba novedades desde 1996, solo un gran libro donde sistemáticamente solo aparecía la frase “sin novedades” todos los días de cada año. Otra anécdota del mismo colega fue un comentario del jefe al debutar: "¡Usted es el dueño del edificio!".  Después de pasarle la llave maestra (la que abre todas las puertas del edificio, inclusive las que no se pueden abrir), eso lo descolocó. Era una mezcla armoniosa y bizarra, al mismo tiempo, de poder y de esclavitud. Tenía acceso a todas las puertas, mas su labor no consistía en abrirlas. 

Cuando le conseguí la entrevista con el jefe, en el edificio de 2 Norte, hubo todo un protocolo digno de maniobra siciliana. Había que llamar dos veces primero al jefe, luego al conserje que esperaba, y ya dentro, sorteada la tensión y el preámbulo, el jefe replicaba, como maestro zen: “enséñele a su amigo en qué consiste la conserjería”, apuntando al asiento desocupado y al cuarto del fondo para qué le sirviese un café. 

Entre risas internas, yo pensé: este es el oficio del Tao. Todos los oficios y ninguno de ellos condensados en ese asiento y en la taza de café. En esas cavilaciones laboriosas del conserje se sintetiza todo el canon: el Quijote, Dante, Lord Byron, Kafka, Beckett. El conserje reúne el absurdo, la burocracia, el romanticismo, el infierno y el puro ideal, en un solo tiempo, en un solo espacio. En esa pura anécdota se consume el hábitat de la escritura desde adentro, se viene abajo el edificio de la lengua, paradójicamente, a raíz de escribir sin escribir. 

Aquí escribir es renunciar, es dejar tinta en el acta vacía como apología del vacío, y el anti testimonio de la completa redundancia de cada uno de nosotros, simulando que escribe y que trabaja y que funciona. Hay una frase de protocolo al explicar lo que hago: me pagan por leer, que es como decir, dinero fácil ¡Ojalá fuera así, realmente! “Sin embargo, tienes vista privilegiada al Océano Pacífico. Yo, en cambio, a la calle”, le dije al amigo colega. “Sí, claro, puedo fumar, puedo leer, puedo simplemente respirar y suspirar, y anotar de cuando en cuando “nada nuevo bajo el sol”, con todo el tiempo del mundo y sin que ese tiempo pase, y ser remunerado por todo eso ¡Como vivir de la literatura!”, respondió, muy lúcido sobre su oficio tortuoso.

A propósito, todo aquel que desee escribir su próxima novela, alcanzar el clímax mediante el letargo trascendental, oír cahuines de ascensor y ser remunerado por esas horas muertas, esos domingos de resaca e insomnio, envíe curriculum.

Cuando Lihn habló en su Diario de muerte: “No hay nombres en la zona muda”, uno puede argüir, a estas alturas, que no se refería ni por asomo ni al lenguaje ni a la escritura ¡Hablaba de la conserjería! Que es como hablar de toda esa mecánica, visceral, maravillosa escritura, pero sin ella ¡y siendo pagado por ello!

viernes, 9 de agosto de 2013

"Avatar" y "Soy Leyenda": el espíritu baconiano al servicio de Hollywood

En uno de esos arranques de despropósito volví a ver la película "Soy leyenda" protagonizada por Will Smith, arrastrado a ese morbo común del escenario apocalíptico, el del "fin del mundo" hollywoodense. Lo hice con la intención de digerir el halo de redención y de esperanza remota que imprime, que en este caso, al menos, no deja entrever tan groseramente la auto referencia yanqui. 

Uno tiende a creer, con estas últimas clases de películas, que va a existir una suerte de reivindicación, de cierta moral flotante que pareciera inundar el espíritu del palomitero promedio, luego de visionados del calibre de Día de la Independencia y de 2010; de que una suerte de revitalización moral "new age", plena de optimismo efectista, pueda subsanar semejantes apologías de la estúpidez y la banalidad. 

En Avatar, por ejemplo, uno ve más que una metáfora entre ecologistas y explotadores, una lucha simbólica contra los científicos baconianos. “La naturaleza debe ser obligada a servir, reducida a la obediencia y esclavizada, para extraer, bajo tortura, todos sus secretos”, decía Francis Bacon. Vemos cómo James Cameron se alza cual estandarte de este espíritu, desde la lectura estricta de la película, siendo la estrella de rock de las nuevas groupies ecológicas anti capitalistas, siendo asimismo quien capitaliza con los millones y millones recaudados del celuloide su visión anti baconiana. Algo extraño empieza a rugir desde la pantalla plana de estas mentes. Algo más que el mero efectismo que mascamos entre palomitas de maíz en la oscuridad y captamos por sentido común universal.

"Soy leyenda" por su parte, trata de un escenario crepuscular donde la mayor parte del mundo se ha convertido en criaturas bestiales, y Will Smith pareciera ser el último sobreviviente, y quien contaría con el conocimiento sobre el antídoto. Una suerte de elegido, a decir de Campbell, el humilde científico llamado a convertirse en héroe, casi una encarnación de Prometeo, con el fuego de la ciencia que redimirá al humano de su precipitada auto destrucción. 

La lectura embargada del elemento mítico que pareciese evocar, y del correlato moral que plantea, en la figura de este agente solitario, cargando con el peso de la humanidad en sus hombros, sobreviviendo a costa de la sombra de lo que fue su mundo, posee un alcance más fronterizo y audaz todavía, y es que, al contrario de la trama superficial que ve en el virus el detonante del conflicto, es preciso comprender que el antídoto tiene un potencial problemático más hondo y elevado. 

Pienso en el antídoto que desesperadamente busca probar el Dr Neville, y no puedo evitar pensar, casi al unísono, en la dimensión inconmensurable de la ciencia, en el sentido de que esta se manifiesta casi como un "deus ex machina", en forma de metonimia oscura a través de pequeñas panaceas para la pobre humanidad en crisis, provocando muchas veces esas crisis para luego paliarlas en forma de hazañas científicas. De hecho, se exagera tanto que es considerada "la" Ciencia, como si el conjunto de relaciones que la conforman permaneciese oculto y solo se manifestara en una positiva fuerza encausadora de los destinos de la humanidad. 

Resulta, a su vez, una de las metáforas del espíritu positivo: El Dr Neville como el héroe que resguarda en su máscara de mito el poder material de la ciencia (chivo expiatorio a modo de Prometeo o Cristo), el pensar epistémico al servicio de la conservación biológico-vital, como si el gran espectáculo de la tragedia humana y la hecatombe moral sirviese de conejillo de indias para los agentes de esa Ciencia, y todo el dilema existencial se condensara en su lectura más biológica, más orgánica posible

Menos platón, más prozac; diazepam para el letargo sicosomático; adrenalina para la indiferencia; anestesia para la fuerza irracional; panacea antídoto contra el virus. Y así como Hollywood se alimenta de la ciencia para su imperio, la ciencia se alimenta de la entropía.